Blanco y negro
José Ignacio Fernández Dougnac
Miércoles, 4 de septiembre 2024, 23:58
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José Ignacio Fernández Dougnac
Miércoles, 4 de septiembre 2024, 23:58
Una Navidad nos disponíamos a ver en familia '¡Qué bello es vivir!' (1946), de Frank Capra. Al empezar los créditos, mi nieto, que por entonces contaba cuatro años, exclamó: «¡No pongáis eso! ¡Yo quiero ver una película de verdad!». Nos hemos enterado este verano que ... la cadena '13 TV' parece que va a rescindir el contrato a José Luis Garci por su programa 'Classics'. De ser así, volveremos a quedarnos sin presentaciones, sin coloquios y sin clásicos. La razón aducida, esta vez, es que las películas en blanco y negro no atraen a la audiencia. Detrás late la inmutable cuenta de resultados, fundamentada en el consabido afán del espectador actual por disfrutar sólo con «películas de verdad».
Como ya ha advertido Víctor Erice, el público que contemplaba cine en una sala se ha transformado en un mero consumidor de productos audiovisuales, en un devorador compulsivo de imágenes retrepado en el tresillo de casa. De ahí que, hace años y por un deseo de ampliar mercado, se emprendiera aquella patética práctica de colorear antiguas cintas en blanco y negro para 'rejuvenecerlas' y hacerlas más digestivas, más 'bonitas'. Algo parecido sucede con muchos de los 'remakes' que se estrenan: en la mayoría de los casos, una falsa operación de puesta al día que no lleva a ningún sitio. El 'King Kong' (2005), de Peter Jackson, a pesar de sus sobrecogedores efectos especiales, no aporta un ápice de imaginación al original de 1933.
Tal desdén mercantilista por el blanco y negro, entre otras cosas, no solo entraña la cancelación de la historia del cine, adulterando burdamente el concepto de lo clásico, sino que supone no aceptar, o bien ignorar, que en la actualidad dicho formato es una manera muy específica de abordar y visualizar una determinada ficción (piénsese en 'Psicosis' o en 'La lista de Schindler').
Cine mudo o sonoro, color o blanco y negro. ¡Qué más da! No hay distingos. Sólo las «películas de verdad» (por dar vuelta a la expresión de mi nieto) destellan séptimo arte en su esencialidad. Esto es: traspasar el trasfondo de lo visible a través de multitud de senderos e inocular la inocente locura de la fantasía, transmitiéndonos la gozosa certeza de que nos ha pasado algo. Un hermoso ejercicio este que me ha valido para rechazar el torpe reduccionismo, pueril, moralista y reaccionario, de concebir la cultura (e incluso la vida) como un obtuso relato sin matices, dominado por lo blanco o lo negro.
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