Sam Peckinpah
José Ignacio Fernández Dougnac
Miércoles, 2 de abril 2025, 23:50
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José Ignacio Fernández Dougnac
Miércoles, 2 de abril 2025, 23:50
Cuando se estrenó en 1969 'Grupo salvaje', la obra maestra de Sam Peckinpah, su tremenda explosión final de violencia, así como la utilización de la ... cámara lenta, nos dejaron petrificados en la butaca. Durante estos meses, al cumplirse cuarenta años de su fallecimiento, diversos medios han recordado su filmografía. Me ha llamado la atención que lo más destacado ha sido la vertiente salvaje, otorgándole incluso el dudoso título de «creador de la ultra-violencia». Evidentemente, si fuera sólo por esto, dudo mucho que el autor de 'Mayor Dundee' mereciera ser recordado dedicándole algún comentario.
El cine de Peckinpah está muy por encima del vulgar efectismo de un tiroteo en ralentí. La célebre secuencia de 'Grupo salvaje' se habría quedado en muy poco, si no fuera por la dimensión que alcanza gracias a significativos detalles que la arropan. En primer lugar, el triste preámbulo en la mísera mancebía mejicana, donde el sexo es un gesto de sordidez, desesperación y supervivencia. Luego viene el épico paseo de sus cuatro protagonistas hacia la muerte, secuencia memorable a través de la cual unos perdedores adquieren la dignidad de guerreros troyanos. Y finalmente ese inquietante momento de silencio y tensión –único en la historia del cine– después del primer disparo, en el cual todos los presentes tienen la terrible certeza de que acaban de traspasar una delgada línea roja que los aboca indefectiblemente al abismo. La violencia en Peckinpah es un alarido, consecuencia de una actitud rabiosa y desengañada ante la realidad.
En este universo no cabe la inocencia. Sus personajes se mueven en el estrecho espacio que existe entre la espada y la pared. Arrastran el fracaso de una amistad traicionada, que les pesa como una losa. Son representantes de un mundo que se desmorona para terminar siendo aplastados por una civilización deshumanizada, que los atropella igual que hace el coche que mata al viejo protagonista de 'La balada de Cable Hogue'. Están desubicados y solo desean, como los amantes de 'La huida', traspasar la frontera, en este caso la de México, con el deseo de alcanzar un paraíso soñado. Mantienen siempre una brutal rebeldía ante el sistema, semejante a la que sostuvo el director con los magnates de la industria, quienes tantas veces masacraron el montaje definitivo de sus películas. Al final, sus héroes maltrechos solo son capaces de refugiarse en la risa que dignifica la derrota, en la carcajada, lúcida y cínica, que los fortalece ante la fatalidad. Por todo ello, el cine de Sam Peckinpah, antes que violento es, sobre todo, feroz y descarnadamente romántico.
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