Madrid no es España. Por supuesto, no quiero decir con esto que la capital del Estado no sea plenamente española, lo cual sería, además de falso, una estupidez. Como lo es decir que Barcelona, Bilbao o A Coruña tampoco lo son en este sentido. Más ... bien, con esa afirmación inicial refiero mi idea de que Madrid no es ya de ningún modo una fiel representación social, económica y política del conjunto de España. Que lo que allí ocurre no es extrapolable a casi ningún otro lugar de nuestro país, siquiera a las otras grandes urbes que salpican la Piel de Toro. Y, además, este es un fenómeno que cada vez se nos presenta con más intensidad y crudeza. Madrid y los madrileños y madrileñas cada vez se alejan más de ser ejemplos de la ciudad y de la ciudadanía tipo española.
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Como pudiera entenderse, nada tiene esto que ver con la inmigración –abundantísima e incluso mayoritaria como mano de obra en algunos sectores económicos muy relevantes- ni con la multiculturalidad que esta genera. Ni siquiera con la densidad de su población ni estrictamente con su condición de capital y centro neurálgico del Estado. Peculiaridades que le son propias desde hace casi cinco siglos por obra y gracia de Felipe II.
Es necesario señalar tal circunstancia, de enorme importancia a mi modo de ver, ahora que el actual Rey acaba de subrayar las bondades de nuestra Constitución –aunque obviando los achaques que arrastra por su vejez-. Porque, por un lado, es precisamente en Madrid donde se decide casi todo lo bueno o lo malo que nos pasa y nos va a pasar al conjunto de los españoles y las españolas en el marco de la Carta Magna; y, por otro, comprobamos como se rozan sus límites –si es que no se superan en muchas ocasiones- en los centros de poder que allí se alzan y en las manifestaciones que allí se convocan. Así que el altavoz que ofrecen con toda lógica los medios de comunicación a semejante maremágnum informativo nos obliga a analizar desde aquí ese ecosistema capitalino tan peculiar.
Y en este somero análisis hay que comenzar por el principal efecto de la deriva 'separatista' en la que se encuentra la capital de Reino desde hace ya varias décadas: su régimen fiscal. Diseñado desde el Gobierno autonómico, ahora lo pretenden copiar otras comunidades como Andalucía. Sin caer en la cuenta de que el común de nosotros y nosotras, pobres sureños, nos lo podemos permitir aún mucho menos que Madrid. Aquí no tenemos ni la sombra del tejido empresarial que allí medra, y ante una masiva bajada de impuestos son nulas nuestras posibilidades de aspirar a una mínima justicia social. Ahí tienen el ejemplo de la Sanidad andaluza, devastada se mire por donde se mire hasta el punto de provocar la dimisión de toda su cúpula de Consejera para abajo. Así, se han visto superados y han abandonado el cargo «por motivos personales» –que es lo mismo que decir «no puedo decir los verdaderos motivos»- el viceconsejero, Miguel Ángel Guzmán, y el gerente del Servicio Andaluz de Salud, Diego Vargas.
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En el mismo sentido, precisamente ese régimen fiscal ha convertido a Madrid en una suerte de paraíso para las grandes fortunas en el corazón de España que, al margen de otras consideraciones estratégicas, 'obliga' a las más prósperas corporaciones a permanecer allí domiciliadas. Eliminando impuestos como el de Sociedades o el de Sucesiones, y rebajando hasta extremos inasumibles el tramo autonómico del IRPF. Como ahora intenta hacer Moreno Bonilla en Andalucía, dejando entrar a la empresa privada en los servicios públicos para colonizarlos desde dentro y dejarlos en los huesos. La sanidad pública es de nuevo el ejemplo junto a la educación, que en Madrid es mayoritariamente concertada y altamente clasista. Aquí no, aun no.
Y qué decir de los políticos y las políticas de la derecha, que gobiernan Madrid y su comunidad sine die. Creando un ecosistema en el que no cabe otra forma de hacer política que la suya, genuinamente rancioliberal y faltona. Hija de las formas de Esperanza Aguirre. Como lo es la propia Isabel Díaz Ayuso, que es capaz de insultar gravemente al Presidente del Gobierno en el Parlamento, en pleno debate de investidura, y luego seguir haciéndolo día tras día con una boutade infantiloide que haría sonrojar al Muñeco Diabólico o a la mismísima Bruja Avería. Cosas de Miguel Ángel Rodríguez, qué le vamos a hacer. Pobre Núñez Feijóo, cuánto añorará su Galicia.
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