Huesos de Aceituna

Euskadi es el espejo

En Euskadi, desde que ETA dejó de asesinar, su ciudadanía no ha dejado de prosperar. No hay más que visitar alguna de sus tres capitales provinciales para caer en la cuenta (...)

José Luis González

Viernes, 19 de abril 2024, 23:06

Escribo esta pieza -que ustedes leen hoy durante el sábado de reflexión- en los días previos a las elecciones autonómicas en Euskadi. Y no puedo negar que la envidia me corroe. No por las múltiples bondades naturales, gastronómicas y, sobre todo, sociales de las que ... presumen los vascos y las vascas, que ahora se nos muestran con fruición en los medios de comunicación; sino por el clima que se respira en la política de aquella bendita tierra. Tan distinto se han empeñado que sea, que hasta allí no han logrado trasladar los partidos estatales la escandalera con la que nos martirizan a diario por estos lares de la España cañí. De tal modo que aquellos que más tajada sacan del odio y la confrontación desabrida serán, a buen seguro, castigados a la irrelevancia vasca. Ya ven que la extrema derecha, cada vez que asoma la napia por el norte, regresa con un soberano puntapié en sus patrias posaderas; y que su alter ego democrático debe esforzarse en parecer –además de decirlo- que defiende todas y cada una de las instituciones constitucionales para lograr un puñado de sufridísimos escaños.

Publicidad

Es algo parecido a lo que podría ocurrir en Catalunya, si no fuera porque la clase política de allí, con alguna que otra excepción, es una auténtica calamidad. Sobre todo, y por desgracia, la mayoría de los independentistas –que no nacionalistas-, gentes insolidarias, alucinadas y por lo general poco instruidas que todo lo confunden en sus ensoñaciones patrióticas; y que están llevando a aquella tierra a un abismo económico y social que esperemos sorteen, Illa mediante, por el bien de todos y de todas. Para salir de ese pozo, el primer paso será cortocircuitar a ese señor de Waterloo que se cree Napoleón y apenas llega a bufón de la corte de Luis XVI, monarca al que ya saben rasuraron de modo indefinido la barba por sus tropelías. No piensen mal, no deseo mal alguno a Puigdemont, siquiera que pague su probada cobardía pisando la cárcel; me conformo con que no le voten sus paisanos y paisanas, y regrese a su hogar para reengancharse en la profesión que le dio de comer antes de entrar en política, si es que algún día la tuvo sin la cobertura de Convergencia.

Pero esta es harina de otro costal. En Euskadi, desde que ETA dejó de asesinar, su ciudadanía no ha dejado de prosperar. No hay más que visitar alguna de sus tres capitales provinciales para caer en la cuenta de su buena salud democrática, cultural y social. De la paz que se respira hoy allí, de la ausencia de odio en esas gentes que con tanto ahínco lo promovieron y lo padecieron hasta ayer como quien dice. Solo una sociedad profundamente concienciada, bien administrada y, sobre todo, educada en valores democráticos es capaz de semejante evolución. Sin patrioterismos ridículos, sin hipocresía barata, sin caspa clasista y sin latrocinio de lo público. Con ambición cultural y educativa, con el bienestar social como objetivo básico y con la fidelidad debida a los programas electorales.

Ese es el reflejo que nos devuelve el espejo en el que deberíamos mirarnos. Su potencia es tal que allí se acercan los líderes estatales con otro discurso, más acorde a una clase política digna de un país asentado en democracia. Allí Feijóo no habla de la ETA rediviva, ni de amnistías anticonstitucionales, ni de gobiernos ilegítimos, ni de las amenazas de una España plurinacional y, por ende, impura. Y a la extrema derecha se le baja el volumen en sus soflamas franquistas y en su iniquidad, hasta tal punto de que apenas se les oye y, por supuesto, tampoco se les vota. Allí se habla de programas, de lo que cada cual quiere hacer para, desde sus diversas perspectivas, mejorar el presente y el futuro de los vascos y las vascas.

Publicidad

A ver se nos pega algo. Si aprendemos y valoramos todo los bueno que este país diverso que es España nos ofrece. Si caemos en la cuenta de que insultándonos y menospreciándonos entre demócratas no podremos dar un solo paso hacia adelante. De que, sin una educación a prueba de bombas y sin una Cultura crítica y propia de nuestro tiempo, defendida por todos y todas, será imposible que ganemos la batalla de un futuro mejor que este inhóspito presente para las siguientes generaciones. Todos somos responsables, no solo quienes nos representan en las instituciones.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad