España ha mutado durante los últimos cuarenta y pico años casi como ningún otro país a lo largo y ancho de Europa. Pasando de ser un lugar inhóspito para todo tipo de libertades a ser considerado alrededor del mundo como ejemplo de respeto a minorías ... y colectivos, y a las libres expresiones de su dignidad identitaria. Ya sean estas de naturaleza territorial, racial, sexual o de género. Incluso entre los grupos de población histórica y naturalmente más reacios a los cambios y el progreso –díganse cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, militares o jueces, entre otros– ha tenido lugar una evolución de su ánimo y su conducta sin parangón. Aunque aún existan notables elementos de disonancia que no dejan de inquietarnos con su acción y sus resoluciones.
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Es por ello que, a pesar de la fuerza demostrada para calar en mentalidades débiles, acomplejadas y poco instruidas, la extrema derecha no está alcanzando aquí las cotas que otros países de nuestro entorno. Quedando sus líderes las más de las veces retratados como lo que son: una cuadrilla de vagos e ineptos guiados por el odio y la desmedida ambición de entrar en política, ya que, dado su desahogo moral, es el único camino que encuentran para alcanzar el estilo de vida que algún día soñaron. Las últimas noticias que hemos conocido sobre alguno de ellos confirma sin lugar a dudas lo que digo.
Pero fíjense que esta semana hemos vuelto a caer en la cuenta de que la estulticia neofascista y la cochambre humana aún dispone de pequeños vergeles entre las multitudes. Como el que regala cada partido el Atlético de Madrid en uno de los fondos de su estadio –el moderno y vistoso Cívitas Metropolitano– al grupo ultra conocido como Frente Atlético. Nada menos que 2.500 localidades que mutan en cueva de lobos con cada encuentro, sobre todo si se trata de uno calificado como de 'alto riesgo'. No digamos si se juega contra el Real Madrid. Un espacio donde se puede apreciar con facilidad todo tipo de simbología antidemocrática, y también se oyen cánticos vejatorios e insultos a jugadores de diversas razas y homosexuales… ¡Ay!, perdón, qué tontería. Es sabido que en el fútbol de élite español no hay jugadores homosexuales, si acaso alguno que otro de 'masculinidad' distraída. Almas de cántaro.
Ya ven que el derbi disputado el pasado fin de semana ha traído merecida cola, no por el juego sobre el césped –rácano y aburrido–, sino por la reacción de parte de ese fondo al gol madridista y la postrera del entrenador y jugadores colchoneros. Con su tanto, Militao sacó a relucir el 'bestiario' del segundo club de la capital, el que engordó en su día Jesús Gil y el que no ha dejado de cebar su hijo, Miguel Ángel Gil Marín, y el actual presidente de la entidad Enrique Cerezo. Hasta tal punto de permitir que penetre en las oficinas del club, en el campo de entrenamiento o, incluso, en el vestuario. Sin duda, de la mano de Diego Pablo Simeone, un entrenador del montón que ya fue un jugador del montón –más conocido por agujerear de modo salvaje el muslo de Julen Guerrero que por su juego ramplón– y que, para desgracia atlética, no hay quien lo despegue de ese banquillo en el que poco se sienta entre carreras desnortadas, gestos iracundos y protestas a los árbitros. Y ahora también, obligando a sus jugadores a charlar con gentuza encapuchada y aplaudir la penosa actitud de esa parte de su hinchada. Aunque se expongan a escuchar los indignados abucheos de la mayoría, a la que también hay que exigir que se imponga con mayor aplomo.
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Una actitud que contrasta sobremanera con la seguida la última década por los dos clubes de mayor envergadura de nuestro país, el Real Madrid y el F.C. Barcelona. Que han expulsado sin paliativos a los Ultra Sur y los Boixos Nois, los dos grupos ultra que ensuciaban sus nombres como hoy lo hace sin lugar a dudas el Frente Atlético con el Atlético de Madrid. Protagonizando hechos deleznables con una tozudez equina. Así que, cuenta le traería al club colchonero seguir el camino de sus adversarios deportivos antes de que vuelva a suceder otra tragedia como la de hace 25 años, con el asesinato de Aitor Zabaleta. No será por indicios.
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