Quizás incurra en una perogrullada, pero creo que va siendo hora de recordar que, en democracia, la Justicia que emana de los juzgados y tribunales, vertebradores del poder judicial, ha de ser ecuánime, honrada, neutral, recta, razonada, honesta, objetiva, legal y respetuosa con la jurisprudencia. ... No caben epítetos alternativos, de concordancia distraída con lo que establece, por ejemplo, la Constitución Española de 1978, vigente al parecer a día de hoy.
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Este debiera ser el primer buen propósito para el año 2025 que apenas acaba de nacer. Pero ya saben que lo ha hecho con una gran deposición en su primer pañal, compuesta por la misma m…, perdón, caquita con la que acabó el calzón del anciano 2024. Materializada en la insólita deferencia de sus señorías a la extrema derecha, en su cruzada contra los derechos y libertades alcanzados durante las últimas décadas, así como contra todo 'progre' que se mueva. Mucho más si este tiene alguna relación, siquiera colateral, con el poder político de izquierdas.
Me refiero, claro está, a la denuncia interpuesta por esos denunciantes habituales de la ultraderecha patria -que no mencionaré como es norma en esta columna- por la estampa de la vaquilla del Gran Prix que enseñó a cámara Lalachus en la retransmisión que de las Campanadas junto a nuestro paisano David Broncano, en La1 de Radio Televisión ¡ESPAÑOLA! Que no era otra cosa que un talismán que atesora la humorista a modo de Corazón de Jesús para un cristiano. Justo después de que el propio Broncano mostrara su amuleto de esa noche: un puñado de aceitunas recién recogidas en la Sierra de Segura, que ejemplificaban el «abrazo a todos los trabajadores y trabajadoras del campo, en concreto en mi tierra, en Jaén, que justo estos días están en la campaña de la aceituna, que es de las más duras que hay», según sus propias palabras.
Nada, absolutamente nada habría que objetar, en una sociedad sana y moderna, por el humor, el buen rollo, la búsqueda de una sonrisa con la que hay que comenzar el año. Sobre todo, en este país, en esta Europa, en este mundo que contiene tanta gente empeñada en odiar, en encarcelar, en expulsar y hasta en masacrar a quien no viva, no piense o no crea al modo en que a ella se le antoja. Tal y como estimaron los más de cinco millones y medio de españoles y españolas (un 33.1% del share en el minuto de las uvas) que eligieron la televisión pública para ese momento tan especial. Y que, muy probablemente, siquiera cayeron en la cuenta de que la risueña vaquilla era un guiño a la tradicional estampa religiosa. Al modo que han obrado en numerosísimas ocasiones, años y décadas atrás, periódicos, revistas y personajes populares de toda condición y pelaje. Lo lógico en un país democrático en el que rige con toda normalidad la libertad de expresión y de culto.
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Claro, este uso abusivo y claramente anticonstitucional de los juzgados y tribunales españoles por parte de la extrema derecha, es permitido e incluso alentado por un número indeterminado de jueces y magistrados que han dejado de ser conscientes –si es que algún día de sus carreras profesionales lo fueron- de que son funcionarios públicos encargados de administrar justicia. Que están al servicio del Estado conformando el Poder Judicial y, por tanto, son servidores de la ciudadanía española, que les paga sus salarios. Ello, en el marco de un país democrático, cuyo Poder Legislativo es elegido mediante elecciones, a intervalos periódicos legalmente establecidos, con voto secreto, mediante escrutinios regulares y en condiciones que garantizan la libre expresión de la ciudadanía. Por tanto, sobra decir que el Gobierno de la Nación que fructifica por mayoría en las Cortes Generales goza de toda legitimidad democrática.
Por fortuna, son mayoría quienes imparten justicia del modo correcto, de acuerdo con la legalidad vigente y la jurisprudencia del Tribunal Supremo, con todo el respecto a la Carta Magna. Pero parece evidente que ya es hora de reconfigurar el acceso a la Carrera Judicial de las personas con estudios universitarios en Derecho. No puede ser que, en la práctica, solo accedan quienes puedan pagarse un carísimo proceso de preparación y selección, conformado de manera casi tradicional para la perpetuación de largas dinastías de jueces y magistrados, como es fácil de comprobar. Otro gallo nos cantaría si el Poder Judicial fuera un calco de la sociedad española, con todos sus estratos sociales y sensibilidades políticas fielmente representados. Es decir, plenamente democrático.
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