A estas alturas, tan solo la extrema derecha y sus tristes votantes dudan ya de lo que se nos presenta como una auténtica evidencia: las redes sociales son un gigantesco estercolero, del que hay que comenzar a huir antes de que nos acabe de cubrir ... de basura –por no decir otra cosa-. Acumulando pruebas de esta realidad, que asola las democracias de toda Europa y alrededores, nos llegó el ataque furibundo que ha recibido, desde las infectas cloacas del ciberespacio, la humorista Lalachus, colaboradora del exitoso programa 'La Revuelta', de Televisión… ¡Española! Una vez que se ha hecho pública su participación, junto al director del espacio, nuestro paisano David Broncano, en la presentación de las Campanadas de Fin de Año de RTVE.
Los insultos machistas y gordofóbicos fueron expresados con toda la crueldad de la que que semejantes individuos –la mayoría ocultos bajo el anonimato- son capaces. Es decir, escritos con numerosas faltas de ortografía y con la inteligencia expresiva de un simio –pobres simios– en el enunciado. No detallaré aquí ninguna de esas ofensas porque, sencillamente, no me da la gana. Lo que sí haré es repetir por escrito lo que la propia Lalachus dijo en el programa el otro día: «Estoy muy contenta, de verdad, muy agradecida». Para, a continuación, con toda la ironía y la inteligencia de la que –ella sí– es capaz, afirmar mirando a cámara: «¿Sabéis lo que tengo también gordo?», preguntó, haciendo gestos hacia su entrepierna, «tengo el papo muy gordo, por donde me he pasado todas las críticas». Finalizando con un alegato, hablando ya muy en serio: «No hay ni habrá nadie, ¡nadie!, en el santo mundo y en el universo que pueda quitarme un mínimo de ilusión por estar presentando con este señor –señalando a Broncano– las campanadas de Televisión Española».
Pues, desde aquí, te digo yo: ¡Olé tu papo! Por poner en su sitio a esa legión de charlatanes y ceporros –y también ceporras– que dedican una gran parte de sus insustanciales y amargadas vidas a insultar a quienes escapan de sus estrechos márgenes de 'libertad'. Tal y como definen esta palabra gentes poco ligadas a su verdadero espíritu como los líderes de la extrema derecha patria o los sujetos que gobiernan países tan dignos –de compasión– como Argentina, Hungría o Italia. La de este último, por cierto, condecorada con no sé qué cruz de no sé qué reina hispana por parte del Gobierno español con motivo de la vista de los reyes –los de España, no los Magos de Oriente– a Italia el martes y miércoles pasados.
Pero es que hay que subrayar que los insultos a Lalachus no son tanto por su hermoso cuerpo como por su condición de mujer. La gordofobia es un instrumento del esencial machismo. Bien es sabido que señores de gran peso como lo fue Alberto Chicote o lo es Ibai Llanos, presentadores ambos de las campanadas en distintas plataformas, no han recibido ni de cerca esa marea de odio sufrida por la humorista madrileña. Antes al contrario, han sido observados con más afecto si cabe por su generosa corpulencia. Tal y como sucede con personajes famosos o populares de aquí como Florentino Fernández, Constantino Romero o Pepón Nieto, e internacionales como Danny de Vito, John Goodman o Bud Spencer.
Ya saben que en este país aún está mal visto sentir orgullo por la condición de mujer desprejuiciada y feliz, como lo está sentirlo por la condición de Lesbiana, Gay, Transexual, Bisexual, Queer u otra sensibilidad y diversidad afectiva, corporal o de identidad. Razón por la cual, entiendo que las intervenciones de Lalachus en La Revuelta suenen como golpes de maza sobre las cabezas que no asimilan el hecho de que una mujer, con más kilos de los que la ortodoxia social exige, pueda vestir tops con los que enseñar el ombligo, pantalones estrechos o faldas atrevidas que nada maticen u oculten. Que pueda interpretar bailes sugerentes y sensuales, o moverse con una agilidad y desparpajo que para sí quisieran muchas 90-60-90.
Así que ya saben: el que quiera disfrutar del humor inteligente, de la integridad personal y de la belleza física de Lalachus, que sintonice la noche del 31 de diciembre La 1 de Televisión Española. Y el que no, pues nada, que vea otra cadena. O, mejor, que apague la televisión y disfrute de sus seres queridos. Ellos y ellas lo agradecerán.
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