Carles Puigdemont, junto al Arco de Triunfo en Barcelona, el jueves. EFE
Opinión

Pobres payasos

No es fácil de entender las razones que nos empujan a calificar como 'payasos' a personajes que no son de nuestro agrado, o a los que la naturaleza no ha dotado de las cualidades que adornan a esos profesionales de la Cultura.

José Luis González

JAÉN

Viernes, 9 de agosto 2024, 22:49

Siempre sentí una enorme admiración por los payasos, por ese mal pagado oficio tan digno y difícil, que forma parte de a una de las más profundas raíces de las artes escénicas. Es admirable cómo consiguen en una misma función sonoras carcajadas o la sorpresa ... de una lágrima furtiva entre el público de todas las edades, para lo que es imprescindible una precisión gestual, corporal e interpretativa formidables. Todas ellas cualidades que requieren inteligencia, trabajo y pasión a raudales.

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Dicho lo cual no es fácil de entender las razones que nos empujan a calificar como 'payasos' a personajes que no son de nuestro agrado, o a los que la naturaleza no ha dotado de las cualidades que adornan a esos profesionales de la Cultura. Tales como Carles Puigdemont, que este jueves ofreció otro episodio del penoso serial que protagoniza desde su cobarde fuga a Waterloo. Ojalá fuera de verdad un payaso. Y no el nefasto profesional de la política, generosamente retribuido aún no se sabe muy bien por quien, que ha protagonizado la década más penosa de la historia democrática de Cataluña. Para desgracia de sus ciudadanos y ciudadanas, que –a juzgar por los últimos procesos electorales y los cuatro gatos que acuden a escuchar sus soflamas– ya han caído en la cuenta de sus numerosos engaños, de las artimañas para medrar en la ruina que ha traído a su país.

Tampoco son payasos quienes olvidan quién alimentó y engordó el ego de semejante embustero. Durante aquellos años del presidente Rajoy en los que sus acólitos, henchidos de ignorancia, osadía y sed de poder, recogían firmas en calles y plazas de toda España exigiendo derogar el Estatut de Catalunya, aun a sabiendas de que era perfectamente equiparable, por ejemplo, al Estatuto andaluz; alcanzando sus fines para escarnio y enfado –con razón– de la gran mayoría de los catalanes y las catalanas. Gentes ufanas en su charlatanería como Dolors Montserrat, que el otro día dijo de Salvador Illa que sería el President «con la agenda más independentista, más que que la de Puigdemont y Torra».

Señores y señoras del centro-derecha que agigantaron casi como nunca el espantajo independentista, para subir a los altares a personajillos tan peculiares y variados –que tampoco son, por desgracia, payasos- como Quim Torra, los 'Jordis' Sánchez y Cuixart, Clara Ponsatí o el propio 'Puyi'. Gentes odiantes por naturaleza cuyos insultos a España y los españoles tan solo encuentran parangón en su indiferencia hacia el bienestar de los catalanes y las catalanas.

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Lo que refiero hasta ahora son opiniones basadas en hechos verificables. En contraste con la nueva ola de la caverna conservadora, dedicada desde el mismo jueves a buscar entre la basura el modo de culpar al Presidente Sánchez de la segunda huida de Puigdemont, opacando así la verdadera noticia, la que de verdad interesa a la ciudadanía catalana y española: que Cataluña, por fin, tendrá un President digno de ese honor después de mucho tiempo, rodeado de un gobierno que huirá del ruido y las banderas para ocuparse de las cosas del comer, de la vivienda, de los salarios, del empleo y de la prosperidad de todos y de todas. Porque, también es incontrovertible el hecho de que la primera huida del popular fugado se produjo en aquella Cataluña intervenida por el Estado en virtud del art. 155 –con Rajoy como presidente–, controlada por la Policía Nacional y la Guardia Civil; y la segunda espantada se ha producido con el control policial de los Mossos d'Esquadra, cuya responsabilidad directa reside en el actual Conseller d'Interior, Joan Ignasi Elena, de Esquerra Republicana.

Pero no sé de qué me extraño. Si aún no han pedido perdón por las mentiras, también verificables, del 11M, cuando culparon al presidente Zapatero de aquella matanza cuyos autores intelectuales probados sí que estaban «en desiertos remotos y en montañas lejanas». O por poner en solfa el honor de la mujer del presidente Sánchez por razones que nadie –siquiera ellos– son capaces de discernir con detalle; o el del Fiscal General del Estado por no sé qué zarandajas ligadas a otro feo asunto que es también de dominio público, el enriquecimiento del hermano y la pareja de Isabel Díaz Ayuso en los momentos más duros de la pandemia.

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Realidades que, si un payaso lograra parodiar, a buen seguro que conseguiría sacarles partido para hacernos reír y llorar. Pero sus auténticos protagonistas a lo máximo que pueden aspirar es a la indiferencia y al olvido, cuando no al desprecio.

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