
Profesionales de la Cultura
En buena lógica, dado su proclamado amor por las artes, deberían apreciar con mejor criterio que el común de los mortales la profesionalidad en este ámbito.
José Luis González
Sábado, 10 de febrero 2024, 00:17
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José Luis González
Sábado, 10 de febrero 2024, 00:17
Los últimos días vuelvo a preguntarme si la sociedad tiene clara la distinción entre profesionales y aficionados del sector cultural. Si es necesario atender a ... la dedicación exclusiva, que esta sea o no la apuesta profesional prioritaria de una persona trabajadora, para realizar semejante distinción. Es decir, si alguien puede pretender formar parte de una industria tan importante como es la de la Cultura –cuya aportación al PIB español se cifra en un 3,3%– cobrando una nómina o ejerciendo como autónomo en otros sectores económicos, dedicando como es lógico ocho o más horas a esa profesión que te da de comer y que, en la mayoría de las ocasiones, nada tiene que ver con las artes. Digo que vuelvo porque es una cuestión que me planteo cada cierto tiempo, seguramente cada vez que mi marido –artista las 24 horas del día– ha de luchar contra los molinos de viento sociales y administrativos que no distinguen de dónde viene el aire. Generándole un continuo estado de ansiedad ante la incomprensión de conceptos cuya evidencia cae por su propio peso.
Y es que cada vez con más frecuencia ocurre que ni las galerías de arte, ni los promotores privados ni las administraciones públicas son capaces de distinguir entre profesionales y amateurs a la hora de seleccionar propuestas para las actividades que organizan. En no pocas ocasiones se muestran indiferentes ante la realidad laboral del ciudadano o de la ciudadana que les presenta un proyecto, que se encuentre o no dado o dada de alta en la actividad económica para la que concurre, o si su único medio de vida se circunscribe a esta. Y las contadas veces en que semejante requisito es exigible, son precisamente quienes no lo cumplen los y las que ponen el grito en el cielo porque la atención al que en realidad es su hobby no es la misma que la que recibe otra persona por la que es su profesión.
Es curioso que, cegados por esa egolatría tan peculiar de los artistas aficionados, estos no caen en la cuenta de que al pretender pisar el terreno reservado a los y las profesionales otorgan igual desvalor a la Cultura que los políticos a quienes tanto critican por restar recursos públicos y atención a esta materia. En buena lógica, dado su proclamado amor por las artes, deberían apreciar con mejor criterio que el común de los mortales la profesionalidad en este ámbito. Tal y como el conjunto de la sociedad aprecia que no es igual ser profesional de la abogacía, del periodismo, de la policía, de la agricultura, del turismo o de la hostelería que no serlo. Sencillamente porque la profesionalidad implica conocimientos y aptitud. Y también compromiso y respecto por lo que se hace y por quien te paga.
Y, desde este punto de vista, si el promotor público o privado no puede exigir las mismas prestaciones a un profesional que a un aficionado, tampoco puede pagarle lo mismo. Es más, por supuesto que un empresario puede hacer de su capa un sayo –él sabrá lo que le conviene-, pero si se trata de una administración pública –que juega con el dinero de todos y todas- debería exigir profesionalidad o dedicación exclusiva en el ámbito para el que contrata a aquellas personas con las que quiere contar para cualquier actividad o evento que organice -claro está, si no se dirige por naturaleza a ejecutantes aficionados-. Y pagarla. En este caso, por respeto a la ciudadanía que disfrutará de ese servicio público.
Todo esto viene a cuento, entre otras razones, por la extraordinaria escasez del dinero que se dedica a la Cultura en este país –mucho más por estos lares jiennenses-, y no es de recibo que no sean los profesionales de este sector los que, de forma casi exclusiva, se ganen las habichuelas con él. Acabando con esa fastidiosa costumbre de exigirles trabajar gratis o por cuatro pesetas, tan solo por el hecho de que haya quien quiera hacer ese trabajo en sus horas de asueto, como quien va a jugar a echar un ratito de 'running' con los amigos o a jugar al fútbol con la peña. Y doy fe de que, al menos en mi peña, nadie se cree que es Messi o Mbappé.
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