Como será fácil inferir a los lectores de esta columna, no sigo muy de cerca el devenir del hecho religioso, de ninguno de los credos ... que asolan este mundo desde tiempo inmemorial. Aunque no puedo negar que fui eficientemente adoctrinado en el catolicismo que ha secuestrado, que secuestra y que, al paso que vamos, secuestrará in sécula seculórum la educación pública española. Por lo cual –y no por otros motivos- me considero agnóstico y he cumplimentado todos los sacramentos –bautizo, primera comunión y confirmación- hasta que tuve a bien casarme con un hombre. ¡Mecachis!.
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Así que no controlo demasiado sobre las novedades de las normas y cánones en los que se fundamenta la fe católica, dando siempre por sentada la naturaleza pétrea de estos códigos. Razón por la que igual se me escapa que los Mandamientos de la Ley de Dios ya no deben ser diez, sino nueve. Es decir que ya hay que saltar del 'no robarás' al 'no consentirás pensamientos ni deseos impuros' –¡ay!, pillines, que poco cumplimos también con este, ¿eh?-. Porque se ha considerado prescindible el que siempre fue Octavo Mandamiento: 'no darás falso testimonio ni mentirás'.
No descarto que, aprovechando que Francisco está enfermo y hospitalizado, los elementos más sectarios de la Curia católica hayan aprovechado para eliminar aquellos preceptos que les son más fastidiosos para sus fines. Y, desde luego este del 'no mentirás' es el que menos conviene a sus intereses para llevarse al huerto a los confiados fieles. Disponiendo, en todo caso, del comodín de la confesión por si las moscas. No vaya a ser que el Todopoderoso no esté del todo de acuerdo con la supresión del Octavo y den con sus huesos en las calderas de Pedro Botero por 'pecadosos', como decía la adorable cantante de 'El Gran Pudini', obra de teatro de José Luis Alonso de Santos.
Evidentemente, los componentes más píos del orbe político patrio han hecho de su capa un sayo y se han adherido rápidamente a esta supuesta 'amnistía legal'. Para mentir sin medida y desgastar el arrodillero del reclinatorio frente a sus sacerdotes de confianza. Como hemos podido comprobar estos días con M.Rajoy y su ministro del Interior Jorque Fernández Díaz, en la comisión de investigación de la operación 'Catalunya' que se sigue en el Congreso de los Diputados. El primero haciendo gala de la socarronería gallega –hasta enfadado parece hacer gracia este hombre- que le salvó como Presidente del Gobierno de caer tan mal al común de los mortales como su mentor en el Partido Popular; y el segundo dejando patente su probada ineptitud para el cargo, más por déficit intelectual que por afán delictivo.
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Habría que recordar que al exministro investigado por la operación 'Kitchen' se le acusa de haber presuntamente liderado la guerra sucia contra sus adversarios políticos, particularmente contra Podemos y los líderes catalanes independentistas, ayudado por otros cargos políticos y policiales. Mientras su ángel de la guarda, llamado Marcelo –y descrito por él mismo-, le «ayudaba a aparcar el coche». Eso sí, este jueves nos sacó de dudas y reconoció que M.Rajoy «supongo» que es Mariano Rajoy, dejándonos claro que no es Marcelo Rajoy. Imaginen al sufrido ángel aparcacoches recogiendo los sobres que Luis Bárcenas le dejaba a su nombre en Génova 13.
Ya conocíamos sobradamente el insistente gusto por la mentira de José María Aznar, de Rodrigo Rato, de Jaime Mayor Oreja o de Ángel Acebes. Ahora lo conocemos de Mariano Rajoy o de Jorge Fernández, y es más que probable que a la vuelta de unos meses lo conozcamos de Isabel Díaz Ayuso, de su novio y de su 'ángel de la guarda', MÁR. Espíritu tutelar este que, como se ve, igual se nos asigna para aparcar el coche que para guardar la basura.
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Y eso que me he parado en señores y señoras a los que puedo nombrar en esta columna por pertenecer a un partido político democrático. Menos mal que tomé la decisión de no envilecerla con los nombres de quienes forman parte de la extrema derecha, cuyo desprecio al Octavo Mandamiento es directamente proporcional al sectarismo religioso del que hacen gala. No solo en España. Solo hay que ver al mentiroso patológico que preside los Estados Unidos de América rezando al inicio de su primer gabinete presidencial. ¡Ay!, si Jesús de Nazaret levantase la cabeza.
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