El 1 de octubre comenzó la Navidad en Venezuela. «Es septiembre y ya huele a Navidad, huele a Navidad. Y por eso este año, en homenaje a ustedes, en agradecimiento a ustedes, voy a decretar el adelanto de la Navidad para el 1 de octubre». ... Así lo anunció Maduro en su programa de televisión. Esto es viva demostración de un poder absoluto que responde al viejo aforismo «quod principi placuit legis habet vigorem» (lo que place al príncipe tiene fuerza de ley). Es muy propio de los dictadores pretender conformar la realidad desde el boletín oficial. Así exhiben su poder y lo afianzan, contentando al pueblo con dosis efímeras de felicidad. Durante estas fiestas el gobierno venezolano incrementa el reparto de ayudas y bolsas de comida. Esto sucede en un país en el que la mayoría de la población sufre pobreza y hambre, a pesar de que llegó a ser la cuarta economía de América Latina en la década de los noventa y cuenta con grandes reservas de petróleo, minerales y otros recursos naturales. Maduro juega la baza del pan y circo en un país atrapado por la miseria y la corrupción. Ya dictó otra «constitución imperial» en 2020, en plena pandemia, adelantando la Navidad al 15 de octubre, y lo hizo también 2021. Dicho y hecho: «Para todos y todas, llegó la Navidad, con paz, felicidad y seguridad». ¡Ea! En esta ocasión el régimen pretende desviar la atención de los venezolanos de la grave crisis económica y política que vive el país, con Maduro atrincherado en el poder tras el pucherazo en las elecciones presidenciales del 28 de julio. A Maduro le importa una higa la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazareth. Lo suyo no es «tiempo litúrgico» que comienza el 25 de diciembre y termina el 6 de enero de 2025, sino el tiempo de la Revolución Bolivariana, de la suya particular y de la camarilla que lo sostiene en el poder.
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Y aquí seguimos discutiendo si son galgos o podencos. Sepan los necios que esto es blanco y en botella. «¿Usted a todo eso cómo lo llama? Pues naturalmente esto es un régimen dictatorial, autoritario, dictatorial». Esta es la pregunta retórica y la respuesta que ofrecía Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, en las que califica a Venezuela como «régimen dictatorial y autoritario» en declaraciones hechas en una reciente entrevista concedida a Telecinco. La conclusión es que «Venezuela ha convocado unas elecciones, pero no era una democracia antes y lo es mucho menos después».
En efecto, es una dictadura, como ha dicho Margarita Robles. Hace mucho tiempo que Venezuela dejó de ser una democracia, aunque celebre elecciones y siga conservando instituciones con las que el régimen dictatorial pretende dar la apariencia de un Estado de Derecho, sólo la apariencia. La celebración de elecciones libres, limpias y justas se ha convertido en misión imposible, como se ha visto en las del pasado 28 de julio. El régimen de Maduro no quiere contrincantes opositores con posibilidades de éxito electoral y pulsó el botón de las argucias jurídicas, inhabilitando a Henrique Capriles y a María Corina Machado. Ningún amparo podían esperar del mediatizado Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, que confirmó la inhabilitación, lavándose las manos.
En esta tesitura hay que llamar a las cosas por su nombre. Ya no es hora de templar gaitas. Maduro es un dictador y así debe calificarse ante la opinión pública, por muchos afeites que le quieran colocar algunos políticos y medios de comunicación, favorecidos por su régimen. Nicolás Maduro arremete contra los que le llaman tirano y apoyan a Edmundo González. Le han faltado calificativos para insultar a Isabel Díaz Ayuso («falangista, fascista y colonialista»). A quien no le caerá ningún chaparrón es a Zapatero, que ha evitado criticar a Maduro y el pasado 24 de septiembre, en el Ateneo de Madrid, se negó a contestar a una pregunta sobre si Venezuela es una dictadura. Él afirma que tiene que guardar silencio y ser discreto por su «deber de lealtad» con Venezuela. ¡Chitón, chitón, que los mediadores nunca hablan! Eso es lo que ha venido a decir. ¡Vaya con ZP! Le ha faltado reconocer que si él criticara al régimen se le acabaría el oficio de mediador en un pispás.
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Habrá ingenuos que consideren que Maduro es sólo un bufón deslenguado, pero la represión, las detenciones y las condenas arbitrarias de opositores están a la orden del día en Venezuela. No cejan los ataques contra medios de comunicación y periodistas y van casi 500 casos de desaparición forzada desde 2015. Como la memoria es flaca, conviene recordar que en 2017 se produjeron manifestaciones contra el Gobierno durante varios meses, con un balance de 125 muertos y numerosos arrestos arbitrarios, además de denuncias de brutalidad policial, allanamiento de sedes de organizaciones disidentes y torturas. Hace unos meses, la Corte Penal Internacional rechazó la apelación del Gobierno de Venezuela y ha ordenado continuar las investigaciones por delitos de lesa humanidad presuntamente cometidos en el país desde 2014, de los que responsabiliza al régimen venezolano. Más de siete millones de venezolanos han huido de su país y números dirigentes opositores han tenido que buscar asilo político.
Está bien que Pedro Sánchez destaque el compromiso de España con la defensa de la democracia y los derechos humanos en Venezuela, pero nuestro país no figura entre los que han denunciado ante la Corte Penal Internacional los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen de Maduro; una dictadura que afortunadamente parece haber entrado en una etapa de descomposición y pérdida de apoyos en el exterior. Es probable que incluso Gustavo Petro y Lula da Silva acaben dando la espalda a Maduro. Esto no se arregla adelantando la Navidad. Lo mejor que puede pasar es que Maduro abandone pacíficamente el poder y no tome posesión de su tercer mandato el próximo 10 de enero. Para propiciar este escenario sería deseable que el Gobierno español y la oposición remaran en la misma dirección.
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