Existen obras de arte que trascienden más allá de las fronteras de los países de sus creadores y pasan a formar parte de un selecto acervo cultural de la humanidad. No cabe duda de que la Gioconda, el Quijote, las pirámides de Guiza, el Partenón, ... las canciones de los Beatles… constituyen un patrimonio humano que ha pasado a ser atemporal y, en cierto modo, apátrida. Todas esas obras serían reconocidas e identificadas por cualquiera y en cualquier lugar del mundo.
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No obstante, la Novena Sinfonía de Beethoven, formando parte de esas obras a las que antes nos hemos referido, en cuanto a notoriedad y universalidad, tiene ese 'algo más' que aporta el hecho de ser un mensaje de su autor dirigido a la Humanidad y que ha acabado por convertirse en un himno universal, un canto a la alegría y a la fraternidad entre los hombres; tal y como la definió el compositor Richard Wagner: «el evangelio humano del arte futuro».
El 7 de mayo se cumplen doscientos años de su estreno y, por suerte, podrá celebrarse este aniversario con algo más de intensidad con el que, debido a la pandemia, se celebraron los doscientos cincuenta años del nacimiento de su compositor (16 de diciembre de 1770). El referido estreno, que tuvo lugar en Viena, capital musical del momento que anteriormente había acogido a Haydn y Mozart, fue un éxito rotundo y, a juicio uno de sus biógrafos, Jan Swafford, «uno de los días más felices de la vida de Beethoven», pese a que ya estaba completamente sordo y, al estar sentado de espaldas al público, no fue consciente inicialmente de las cinco salvas de aplausos que recibió. Tal y como recoge en su biografía Emil Ludwig, pese a ser un éxito de recaudación (2.200 florines), Beethoven se indignó del exiguo beneficio obtenido (420 florines), tras tener que pagar a un importante cuadro de músicos (más numeroso de lo habitual), dos directores, cuatro solistas y un coro.
Más allá de su carácter universal, la Novena y Beethoven son una expresión de eso que podríamos definir como el 'genio europeo'. Decía el afamado director de orquesta Furtwängler, que comparte con Karajan el mérito de ser de los mejores intérpretes de sus obras, que «Beethoven vivirá mientras viva Europa». Y es que, al igual que la filosofía griega, el derecho romano, la arquitectura gótica, los valores del Renacimiento o los valores de la Ilustración, la música de Beethoven está enraizada en esa personalidad colectiva europea, en el acervo cultural que, hasta la fecha y pese a las nuevas teorías que niegan el eurocentrismo cultural, han definido el mundo tal y como lo conocemos.
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Si Bach definió las estructuras básicas mediante una, hasta el momento, desconocida capacidad para la combinación armónica de sonidos, y Mozart se erigió como el maestro de la improvisación, Beethoven es, tal y como lo define el historiador José Luis Comellas en su corta pero extraordinaria biografía, un genio, «ese ser esforzado, que suma a la inteligencia, a la voluntad, y a la capacidad creadora, un instinto especial de superación… que le convierte en un héroe… admirable por lo que hace y por la fuerza con lo que lo hace, o la fuerza que tiene lo que hace». La disrupción que el genio de Bonn provocó en la música se hace patente en la expresión del compositor Schubert: «¿Quién puede hacer algo después de Beethoven?».
La Novena fue compuesta en un contexto histórico en el que, tras los profundos cambios que había provocado en toda Europa la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico, se había vuelto a afianzar lo más rancio del Antiguo Régimen: en el Congreso de Viena que se celebró tras la caída del Ogro corso, las principales monarquías europeas (Francia, Rusia, Inglaterra, Austria y Prusia), impusieron una contrarrevolución y reafirmaron el absolutismo monárquico, cercenando las libertades. Es en este contexto en el que la Novena representa una reivindicación a favor de mantener viva la esperanza de la libertad. Es por ello por lo que el Jan Swafford la define como «una Marsellesa para la humanidad».
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En la Sinfonía nº 5 Beethoven había dejado entrever una lucha agónica contra el destino, representado éste en la sordera del compositor, que queda claramente expresada en las cuatro notas de inicio del primer movimiento (el famoso sol-sol-sol-mi bemol, con el que comienza la sinfonía) y que era, según su autor, la forma en que «llama el Destino a la puerta». En la Sexta 'Pastoral' se hace referencia, según el propio compositor, a las «impresiones agradables al salir al campo». Y en la Novena, parece que esa lucha contra el destino se plantea desde una óptica optimista que se concreta en el cuarto movimiento (el conocido como 'Himno de la Alegría') en el que, según Comellas, se entrelazan tres ideas: la hermandad entre los hombres, la devoción a lo más sublime y la alegría. Es, en definitiva, una especie de mensaje dirigido a la Humanidad como expresión de los ideales de su autor: la filosofía de Kant, el ideal masónico de la fraternidad y la Ilustración.
El Beethoven que en otras ocasiones había expresado una profunda tragedia interior que se vislumbra en la figura de su 'Amada Inmortal' o en el conocido como 'Testamento de Heiligenstadt' (una dura carta a sus hermanos), parece encontrar en la 'Oda a la Alegría' de Schiller, a quien él pone música en el cuarto movimiento de la Novena, las bases para el idealismo de la humanidad y para una esperanza en un mundo mejor.
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Constituyen éstas unas potentes ideas, expresadas en una música sublime, que han tratado de ser utilizadas como elemento de propaganda de regímenes de todo tipo: el Canciller de Hierro Bismarck la usó en defensa del II Reich, Hitler para blanquear el nacismo, el Consejo de Europa eligió la primera estrofa del Himno de la Alegría como himno oficial, y la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.
En una época como la actual, carente de líderes sobre los que consolidar los ideales ilustrados, que constituyen la sustancia de la cultura europea, no está mal que destaquemos a Beethoven, alguien que llegó a la cumbre de la genialidad musical, luchando contra la mayor limitación que cualquiera podía tener para ello (su sordera). Esa resiliencia, esa rebelión frente al destino, puede constituir un ejemplo ahora que Europa y su cultura parecen perder su importancia opacada por las grandes potencias económicas y los grandes capitalismos de estado.
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