Contra el revisionismo histórico

Al margen de efectuarse un injusto juicio retrospectivo, parece olvidarse que la bondad y la maldad coexisten en la naturaleza humana, y que es precisamente la maldad y la libertad para no elegirla lo que, con avances y retrocesos, hace mejorar la civilización

José Manuel Cassinello Sola

Viernes, 16 de febrero 2024, 23:09

Asistimos en los últimos años a radicales análisis del pasado que concluyen en aceradas críticas que algunos utilizan para fortalecer sus débiles estructuras argumentales y para crear una controversia y polarización que se ha convertido en una perversa herramienta de gestión política.

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Hace poco más ... de un año, probablemente por la intervención de algún mediático 'influencer', se hacía viral una crítica a una canción de 1985 (hace casi cuarenta años) del grupo Hombres G porque hacía mención de un término supuestamente homófobo. En esa misma época, se conoció que la adaptación teatral de la película 'La vida de Brian' de los Monty Python, estrenada en 1979, omitía una escena en la que uno de los personajes (un hombre que quería ser mujer), alegaba que se sentía oprimido ante la afirmación de que no tenía matriz por lo que tendría que gestar el feto en un «baúl» (dicho esto en el contexto de una película cómica).

Abiertos esos 'sesudos debates' en las procelosas aguas de las redes sociales, surgieron una especie de 'jueces de la moral ahistórica' analizando y juzgando retrospectivamente hechos de hace cuarenta años y desde el elevado y ventajoso púlpito que da precisamente esa retrospectiva. Esos 'debates' obligaron a los afectados a tener que salir a defender que no había maldad en sus afirmaciones y que, cuando se crearon esas obras, las situaciones analizadas eran perfectamente aceptables.

Ambos sucesos no tendrían mayor importancia si no fuera porque son la expresión de una consolidada tendencia que estamos padeciendo en los últimos tiempos y que se está utilizando como herramienta política al servicio, en la mayoría de los casos, de los populistas de todos los espectros, que esconden con ello su falta de ideología. Hablamos del revisionismo histórico como forma de reevaluar el pasado, no tanto por el descubrimiento de nuevos elementos fácticos, lo cual no dejaría de ser la simple labor del historiador, como por la aplicación a esas épocas pasadas de planteamientos éticos, o incluso morales, del presente. Es decir, juzgar el pasado y a sus personajes desde la óptica del presente, condenando y sancionando sin tener en cuenta que su escala de valores era el fruto de la evolución histórica hasta ese preciso momento.

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Es en ese caldo de cultivo en el que, por una parte, se cometen atropellos históricos que nadie es capaz de denunciar, y por otro, surgen todo tipo de leyendas negras que se utilizan como arma política. Como ejemplo de los primeros, basta con recordar el vilipendio al que ha sido sometido Fray Junípero Serra en California, al considerarse que la evangelización de América fue un acto de opresión, cuando ese acto de evangelización, por un lado, partía del reconocimiento de personalidad jurídica a los indígenas, en un momento en el que el resto del mundo no lo consideraba (ni de lejos), y por otro, se materializaba fundamentalmente en la fundación de escuelas y universidades. Como ejemplo de leyendas negras, no hace falta más que coger el pobre argumentario de muchos de los políticos populistas iberoamericanos de la actualidad.

A ese revisionismo histórico, potenciado por un potente sesgo de confirmación al que, sin duda, ayudan unas redes sociales en las que todo es válido, se asocia también una cultura de la cancelación, que trata de eliminar del pasado lo que, con la escala de valores del presente, parecen atrocidades que deben ocultarse. Al margen de efectuarse un injusto juicio retrospectivo, parece olvidarse que la bondad y la maldad coexisten en la naturaleza humana, y que es precisamente la maldad y la libertad para no elegirla lo que, con avances y retrocesos, hace mejorar la civilización.

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Resulta revelador el análisis del historiador Simon Sebag Montefiore en su último libro 'El mundo. Una historia de familias' que, desde el punto de vista de la institución de la familia, hace un largo recorrido histórico, poniendo de manifiesto que el «impulso humano no es únicamente un camino de progreso sino también una sucesión tambaleante de contingencias. Es una lucha no solo entre estados e ideologías enfrentados, sino entre facetas contradictorias de la naturaleza humana».

Podemos, y debemos, analizar el pasado porque nos ayuda a comprender el presente y a preparar el futuro. Lo que no se debe hacer es analizar el pasado con nuestra escala de valores, juzgando a quienes, en épocas anteriores, con circunstancias diferentes a las actuales, actuaron de una forma que, hoy, puede parecernos inapropiada. Así lo expresa en su libro 'Usos y abusos de la Historia' la historiadora Margaret Macmillan: «Podemos seguir teniendo héroes, y seguir teniendo ideas sobre los aciertos y errores del pasado, y alegrarnos aún de que las cosas resultaran de una manera y no de otra, pero tenemos que aceptar que, en la historia, igual que ocurre en nuestras vidas, muy pocas cosas son absolutamente negras o blancas».

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Antes de juzgar el pasado, debemos ser conscientes de que los elementos éticos o morales que utilizamos para ese juicio, que efectuamos en el presente, no son más que el fruto de nuestra evolución, y que esa evolución es en parte la reacción (o la falta de ella) que se produjo precisamente ante ese acto pasado que analizamos. Es por tanto un jugador de ventaja el que se permite criticar el pasado, desde la óptica del presente. A esto se refiere el historiador Eric Hobsbawm en su libro 'Los ecos de la Marsellesa' cuando alude a quienes «desde su propio tiempo no pueden comprender el pasado y lo que este trajo consigo».

Es más fácil criticar desde el presente el racismo, el imperialismo, el machismo o la homofobia de otras épocas, por cuanto que ya hemos integrado (o deberíamos haberlo hecho) en nuestra escala de valores la dignidad, la humanidad y la igualdad que deberían evitarlos. No deberíamos vilipendiar a nuestros

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ancestros por no tener nuestra escala de valores, cuando precisamente ésta es el resultado de su acción (o la falta de ella).

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