¡Qué me dices!
«La poca ciencia aleja de Dios, mientras que la mucha ciencia devuelve a Él»
José Manuel Palma Segura
Periodista y teólogo
Lunes, 2 de diciembre 2024, 23:15
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José Manuel Palma Segura
Periodista y teólogo
Lunes, 2 de diciembre 2024, 23:15
Relatos como el de Adán y Eva, la Torre de Babel o el Diluvio Universal, damas y caballeros, nunca sucedieron históricamente. «¡Por fin alguien lo reconoce!». «¡La Iglesia nos ha mentido con cuentos para dominarnos a través del miedo!»… Claro, no tiene otra cosa que ... hacer. ¡Qué disparate!
Tranquilos y disculpen la ironía de antes. El entrecomillado no es mío, sino que son las proclamas de quienes se acercan a la Biblia con menos luces que una feria a oscuras. Es cierto lo que les he dicho al principio. Aquellos sucesos nunca sucedieron tal cual se cuentan en la Sagrada Escritura. Pero no pasa nada. Se les llama Palabra de Dios porque la enseñanza que emana de estos relatos fue inspirada por Dios a sabios, eruditos, poetas, profetas o apóstoles quienes, durante la friolera de catorce siglos, escribieron las páginas de este venerado libro. El problema es que cada uno escribía con su estilo y con unos géneros literarios concretos. Y algunos de ellos, como es el caso de las etiologías, están en desuso en nuestros días. De ahí que, si los interpretamos al pie de la letra, el despropósito puede ser mayúsculo.
¿Acaso alguien cree, por ejemplo, que la fábula de la cigarra y la hormiga (un género literario concreto) sucedió históricamente? Por supuesto que no. Sin embargo, la moraleja o la enseñanza que transmite a pequeños y grandes es totalmente cierta. Pues de manera similar, sucede con las etiologías: son relatos que tienen parte de verdad y parte de ficción, cuyo objetivo principal es transmitir una realidad revelada por Dios.
Con estas premisas, podemos acercarnos a la creación del mundo que aparece en el libro del Génesis. Ahí no se nos dice que el mundo se creara en el tiempo récord de una semana, sino que el mundo y la vida se crearon perfectos. ¿Dónde lo dice? En la alusión al número 7. Y es que esa cifra no tenía un valor cuantitativo. Al contrario, se utilizaba como adjetivo calificativo. Y su significado era y es 'perfección'. Es decir, lo creado es 'perfecto' (siete).
Del mismo modo, ocurre con otros números. Por ejemplo, el número 2 hacía alusión a la vida. Y el número 3 a lo divino o lo sagrado. ¿Cuántos son los Reyes Magos?: tres; ¿cuántas las personas de la Santísima Trinidad?: tres; ¿cuántos días pasó Jesús en el sepulcro?: tres. ¿Se dan cuenta de que no es casualidad? Pues ahora viene lo mejor.
¿A qué edad murió Jesucristo?: a los 33. Recordemos que el 3 alude a lo divino o lo sagrado, y el 2 a la vida. El 3 se repite 2 veces. Unimos ambos significados y ¿qué tenemos? Pues que Cristo no muere a los 33 años, sino que nació a una 'vida divina' o 'sagrada'. O dicho con otras palabras, al final de su existencia, nuestro Señor resucitó.
Rematemos la faena. Si en una película de miedo aparece el 666, la mayoría pensará en 'el diablo'. Perfecto. Así es. Pero ¿cómo es posible que hayamos leído números como si se tratasen de letras? Debido a que el 6 significa 'imperfección', lo imperfecto. ¿Cuántas veces se repite?: tres. Unamos ambos significados y cuál es el resultado: la 'divinidad imperfecta' o la 'sagrada imperfección'. En román paladino: el diablo.
Habrá más de un artículo como este. Por una sencilla razón: el ateísmo de nuestros días no se debe a que la fe no tenga evidencias científicas y sea razonable. Todo lo contrario. El ateísmo actual es hijo de la incultura que se nos ha impuesto. De ahí que Louis Pasteur dijese: «La poca ciencia aleja de Dios, mientras que la mucha ciencia devuelve a Él».
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