Un padre abnegado por su familia, dos hijos egoístas, una herencia deseada y un final inesperado… Desde luego tiene todos los ingredientes para una telenovela. ... Pero estas perlas se encuentran en la Sagrada Escritura. Se trata de la parábola del 'Hijo pródigo': la parábola que describe cómo es el corazón de Dios, cómo nos ama Dios. De hecho, existen libros enteros que se dedican a analizar pormenorizadamente esta perícopa de san Lucas. Personalmente, les recomiendo 'El regreso del hijo pródigo' de Henri Nowen. ¡Es fantástico! Pero no puedo resistirme a rescatar algunas pinceladas de este pasaje bíblico que algunos rebautizaron como 'La parábola del padre misericordioso'.
El padre representa a Dios. Y los dos hijos son las posturas que podemos adoptar, grosso modo, con respecto al Todopoderoso. El hijo menor entra en escena pidiéndole a su padre la parte de la herencia que le corresponde para gastarla de la manera que él vea conveniente. ¡Increíble! ¿Cuándo se reciben las herencias? Está claro que cuando alguien fallece. Pues bien, este hijo representa a aquellos seres humanos que de manera consciente le dicen a Dios 'para mí estás muerto' y mi vida (mi herencia) la viviré como me dé la gana.
¿El padre se enfada? ¿Toma represalias? En absoluto. Se la entrega sin más. Y es entonces, cuando este hijo vive la vida loca, consumiendo sus efímeros días de juventud. Y recalco lo de 'efímeros' porque, pasada la primavera de la vida, nos topamos con la realidad más cruda: estás solo. No forjaste relaciones estables y de sana amistad. Te rodeaste de cuerpos que saciaron tus necesidades. Pero ya está. Y es, en ese momento, cuando aquel hijo menor «sintió hambre». No se refiere a llenar la barriga, sino a la necesidad de alimentar su alma con aquel amor que da sentido a cualquier ser humano. Y ahí es cuando decide volver a su casa.
¿Qué sucede a continuación? Que el padre, cuando el hijo aún estaba lejos, sale corriendo y le rodea con sus brazos en un abrazo que parecía no tener fin. Es decir, si el padre vio a su hijo 'a lo lejos' y 'salió corriendo' es porque cada día se asomaba a la puerta de la casa esperando a que volviese. Dios no pierde la esperanza de que regreses. Y, cuando lo haces, te abraza con el sacramento de la reconciliación para revestirte de la condición de hijo/a, porque «estabas muerto y te he recuperado con vida». Así te ama Dios.
Sin embargo, el hijo mayor no comparte la alegría de su padre. Le echa en cara el tiempo que lleva 'a su servicio' y él nunca ha tenido una fiesta como la de su hermano. ¡Ojo! Le dice 'a su servicio'. El primogénito se siente un siervo, un esclavo. ¿Por qué? ¡Porque no quería a su padre! Ese es su pecado. Aquellos que están dentro de la Iglesia, no por amor a Dios, sino a ellos mismos. Ya sean clérigos o fieles laicos.
¿Y cuál es la reacción de Dios, del padre? No lo condena. Le hace recapacitar para que 'vea', pues la ira lo ciega, que ese es su hermano y él su padre. Y de nuevo lo invita a 'entrar', a participar de la alegría del cielo. ¿Y entró? No lo sabemos. Tampoco lo que hizo su hermano menor. Por una sencilla razón: cada uno escribe el final de esta parábola con su propia vida, con su decisión personal. Pero recuerda que, en todo momento, Dios te espera para decirte 'bienvenido/a a casa'.
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