
Monaguillos, los mejores
«Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos»
José Manuel Palma Segura
Periodista y teólogo
Lunes, 13 de enero 2025, 23:07
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José Manuel Palma Segura
Periodista y teólogo
Lunes, 13 de enero 2025, 23:07
El día que me dejaron poner y quitar el altar fue alucinante. Estuve repasando, mentalmente, todo lo que tenía que hacer. Fue increíble. Tendría unos ... diez años. Y, desde entonces, me dije: «Si alguna vez soy cura, tendré siempre monaguillos para que sean tan felices como lo soy yo ahora». ¡Santa palabra! «Lo prometido es deuda», y así lo hice. Una decisión que me llenó de ratos inolvidables. Aquí no entran todos, por lo que resumiré algunos.
En uno de mis destinos, la gente no iba a la iglesia, salvo por entierros o misas de 'intención'. En esos días no cabía un alma en el templo. Pero, aun así, nadie respondía durante la liturgia eucarística. Así que instruí a un nutrido grupo de niños y niñas del catecismo para que supieran contestar en misa. Y, por supuesto, preparasen todo durante la ceremonia. Elegí una misa de exequias para que se estrenasen. ¡Qué momentazo! Se escuchó un gran «¡Oh!» entre el público, pues 18 niños abarrotaron el altar ese día, respondiendo y realizando sus tareas con la precisión de un reloj suizo. A partir de entonces, hicimos y vivimos un montón de aventuras: teatros, excursiones, misas especiales para los peques, etc. De esta manera, más de uno y más de una regresó a la casa del Padre eterno, aunque fuese por curiosidad.
En otra ocasión, y en otro pueblo, se batió un récord: todos los niños del lugar se hicieron monaguillos. Hasta el punto de que había más niños en el altar que feligreses en los bancos. Concretamente, 15 a 9. Así que nada más empezar, dije: «Mis queridos hermanos, los monaguillos y un servidor hemos ganado». Con aquellos pequeños hice, también, muchas actividades. Pero la más graciosa fue la puesta en escena de la Pasión de Cristo. Todos, caracterizados con las ropas y el atrezo debidos, desempeñaron su papel a la perfección. Pero uno se metió intensamente en su personaje. Era el que abofeteaba al Señor ante Caifás. Ensayamos que la mano y la cara del niño que hacía de Jesús iban en la misma dirección para que no le diese de verdad… Pues nada, los nervios jugaron una mala pasada y lo hicieron al revés. El que hizo de Jesús, aunque intentó disimular, dijo desde el suelo: «¡Que me has dado de verdad!». Más realismo no se puede pedir.
Y no puedo olvidar a unos auténticos máquinas, a quienes solo les faltaba presidir la Eucaristía. Eran la admiración de los sacerdotes que nos visitaban y el orgullo de la parroquia. Pero nadie es perfecto, salvo Dios. Y sucedió que, durante la misa dominical, uno de ellos vino con el 'fuelle' algo flojo. Así que, cuando llegó el momento de la genuflexión, se escuchó un sonoro y rotundo cuesco. A todos nos invadió un ataque de risa y no había forma de incorporarnos después. Estábamos rojos como tomates. Y sospecho que la gente lo escuchó también, ya que la risa se propagó entre el aforo.
¿A santo de qué les cuento estas batallitas? Porque gracias a estos monaguillos experimenté en mis carnes lo que anunció Jesús a sus discípulos: «En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Jn 18, 3). Y es así. Quien vive con la ilusión y la pasión de un niño, ya vive las mieles del cielo aquí en la tierra. Por ello, el Señor es tajante: «Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar» (Lc 17, 1). Tomen nota las autoridades pertinentes.
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