Palabras de vida
«La pluma es más poderosa que la espada»
José Manuel Palma Segura
Periodista y teólogo
Lunes, 24 de marzo 2025, 23:36
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José Manuel Palma Segura
Periodista y teólogo
Lunes, 24 de marzo 2025, 23:36
Si hay algo que engrandece al ser humano por encima de toda la creación es el lenguaje. El poder hablar y escribir. Estamos acostumbrados a ... este milagro permanente y no somos conscientes del poder que dimanan nuestros labios y nuestras manos. Pero es así. Piensen, por ejemplo, en un 'te quiero' de una madre. Nos abre las puertas del cielo aquí en la tierra. Nada infunde más vida que esas dos palabras. De ahí que, cuando nos faltan, ningún otro sonido puede aplacar el silencio que nos dejó su voz...
Pero, también tenemos palabras terribles. Y su poder es igual de eficaz que las anteriores, aunque en un sentido opuesto: 'imbécil', 'idiota', 'no vales nada', 'te odio'... No sé quién lo dijo, pero a las pruebas me remito que hay palabras que duelen más que un bofetón. Quizás sea la primera y más eficaz forma de maltrato. Así se entiende lo que reza el tópico literario: 'La pluma es más poderosa que la espada'.
He aquí el hallazgo: las palabras tienen el poder de sanar o destruir, de revelar o esconder, de dar sentido a la vida o de sumirnos en una oscuridad perpetua. ¿Cómo es posible? Porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Piénselo por un momento. Jesucristo, según el evangelio de san Juan, ¿cómo se reveló?: como la Palabra de Dios hecha carne. La misma Palabra con la que se creó todo lo que existe, según el Génesis ('y dijo Dios: hágase…'), hasta la que nos liberó de las ataduras del pecado ('perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen').
El mismo apóstol nos lo dice: «Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe [...] La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros [...] Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron». ¿Se dan cuenta? ¿De quién habla? De Jesús. Cambien 'Palabra' por 'Cristo' y tendrán la síntesis de cómo Dios nos reveló su amor a través de su Hijo amado desde la creación hasta la redención por su Pasión.
Y, claro, surge la pregunta: ¿por qué san Juan no llama al Señor por su nombre desde el principio y se deja de juegos metafóricos con la 'Palabra'? Pues muy sencillo. De la misma manera que nosotros escaneamos a quien tenemos enfrente por cómo habla, por sus palabras y el modo en el que las dice, así mismo Dios se muestra a todo el mundo a través de su Palabra: Cristo. Y Él, con su vida, muerte y resurrección nos revela el plan que Dios tiene para ti: la vida eterna en su amor infinito.
De ahí que quien lee o escucha la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura o en la Misa descubrirá por qué y para qué está en este mundo. Sobre todo, cuando el tiempo avanza y la vida pesa. Es entonces cuando las palabras se vuelven refugio para quien las dice y legado para quien las escucha. Y, así, al final, cuando la vida se apague, alguien dirá nuestro nombre por última vez. «Antes de formarte en el vientre de tu madre, te llamé» (Jer 1, 5). Y en esa palabra quedará impreso todo lo que fuimos. Porque las palabras, como ya hemos visto, no son solo tinta o sonido: es la huella que dejamos en el alma de quienes compartieron con nosotros el viaje por este mundo. En definitiva, palabras de vida.
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