Se cumplen 25 años del final de la guerra de Kosovo y quienes la siguieran a través de los medios, recordarán cómo aquel episodio concentró la atención informativa de la primavera de 1999, casi dando la impresión de que el futuro de la humanidad dependía ... de su desenlace. Ciertamente, hubo factores que en aquel conflicto que marcaron un antes y un después de la post Guerra Fría.
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Básicamente, el relato que se difundió fue que en la provincia yugoslava de Kosovo, en la que existía un movimiento armado independentista albanokosovar, Serbia estaba llevando a cabo una limpieza étnica. Dado que Rusia y China hubieran vetado una intervención militar en el Consejo de Seguridad de la ONU, éste ni siquiera votó al respecto. Rusia, aliada histórica de Serbia, tenía entonces su propio Kosovo en Chechenia. Por su parte, China, también diplomáticamente cercana a Serbia, veía su integridad territorial cuestionada a cuenta del Tíbet. El mundo sentía contemplar aquella masacre con impotencia ante la falta de instrumentos legales para evitarla. Apareció entonces la OTAN, organización defensiva creada para proteger a Europa Occidental de una posible invasión de la URSS –país que ya no existía–, y que saltándose sus propios estatutos se propuso imponer la paz allí donde la ONU y el derecho internacional no llegaran.
En realidad, EE UU utilizó Kosovo para desviar la atención del escándalo Lewinski, que había dejado al presidente Bill Clinton al borde de la destitución, si bien terminaría siendo el medio para apuntalar su presencia en un espacio estratégico cercano a Rusia. Así, Washington financió y entrenó al Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK), grupo albanokosovar que figuraba hasta entonces en las listas de grupos terroristas del propio EEUU. El previsible aumento de la represión del gobierno central favoreció el discurso mediático de que el régimen de Slobodan Milosević estaba llevando a cabo una operación de limpieza étnica en Kosovo.
Se celebraron entonces unas negociaciones en Francia, en las que Estados Unidos ejerció cínicamente como mediador. Serbia, un país de 6 millones de habitantes, arruinado por la guerra y aislado por las sanciones internacionales, se encontró entonces en una dramática disyuntiva: aceptar unas condiciones humillantes en las que prácticamente debía renunciar a su soberanía nacional, o enfrentarse en solitario a la OTAN, que era el ejército más poderoso de la historia. Para sorpresa de todos, Serbia optó por luchar. Sin duda fue un inaudito ejercicio de inat, término que representa al carácter serbio, y que significa que la libertad y el orgullo propios priman sobre cualquier consideración práctica.
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La OTAN bombardeó Serbia, pero esta no se doblegó. Finalmente, la Alianza Atlántica, que no quiso arriesgar vidas estadunidenses sobre el terreno, aceptó un acuerdo, sellado por la Resolución 1244 de la ONU, que garantizaba la integridad territorial de Serbia, incluyendo Kosovo, si bien la provincia pasaba a estar administrada por Naciones Unidas.
Sin embargo, el 17 de febrero 2008, Kosovo declaró unilateralmente su independencia, apoyada por el grueso de los Estados occidentales y consolidando la situación por la que los albanokosovares, después de arrinconar en un par de enclaves a los serbios que habían permanecido en Kosovo, controlaban todos los resortes del poder local.
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Veinticinco años después, el balance del gobierno de los antiguos líderes del UÇK y sus sucesores es que Kosovo continúa empobrecido económicamente pese a las muchas ayudas económicas recibidas y con una corrupción estructural a todos los niveles. Sus dirigentes han protagonizado además episodios tan oscuros como la eliminación física de testigos citados a declarar en su contra por crímenes cometidos durante la guerra. Huelga decir que los medios de comunicación de los países occidentales que les entregaron el poder en su momento han guardado un llamativo y conveniente silencio al respecto.
A día de hoy, el territorio continúa en un limbo legal respecto a su estatus internacional, pues no ha sido reconocido por casi la mitad de los Estados miembros de la ONU, entre los que se incluyen algunos tan significativos como China, Rusia, India, Indonesia, Brasil, México y España. Por otra parte, la crisis de Kosovo contribuyó al giro antioccidental de Rusia protagonizado por Vladimir Putin. Hay que recordar que en 1999 Rusia estaba gobernada por Boris Yeltsyn, que llegó a cerrar algunos de sus discursos con la expresión «¡Dios salve a América!» y «Gracias, América, por salvarnos del comunismo». EEUU aprovechó entonces la debilidad de Rusia e instaló en Kosovo su mayor base militar en el extranjero. Se inició así una dinámica de enfrentamiento de Moscú con Occidente, cuyo último episodio es la guerra de Ucrania.
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Por último, llama poderosamente la atención que EE UU acabe de afirmar, respecto al conflicto en Gaza, que apoya la solución de dos Estados pero que su posición es que llegue mediante negociaciones entre las partes –afeando así la postura de países como España–. Resulta sumamente llamativo que en el caso de Kosovo no se conformara con reconocer unilateralmente a una de las partes, sino que impusiera el que haya dos Estados manu militari.
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