El Mediterráneo es el más humano de cuantos mares y océanos conforman el acuoso cuerpo de nuestro planeta azul. Su nombre viene del latín Mar Medi Terraneum: el mar en el medio de las tierras, lejos de los extremos, el templado, el que hizo posible ... la comunicación entre sus pueblos desde un primer momento.
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La prueba la tenemos en la propia historia. A lo largo de sus orillas tuvieron su origen esos grandes eventos que fueron decidiendo la senda de aspectos fundamentales de nuestra civilización. «De Algeciras a Estambul», como señala Serrat en su hermosa canción Mediterráneo. Mientras, en el lóbrego norte, bañadas sus costas por las gélidas aguas de los océanos Ártico y Atlántico y del mar Báltico, se hallaban sus habitantes aún lejos de los refinados logros humanos que inspiró a los pueblos de hace un par de milenios ese que llamaron los romanos Nostrum Mare. Porque era a todos los efectos, por así decir, el lago del imperio a través del cual hallaban conexión todas sus posesiones. Durante aquellos siglos de dominio romano fue el mar de la prosperidad, y siempre, desde que el ser humano empezó a vivir en sus costas, fuente de riqueza.
El Mediterráneo es el espacio de cultivo de una sabiduría vital que ofreció como joya más valiosa el humanismo en los albores de la Edad Moderna. Fue durante muchos siglos el espacio de la civilización, de las grandes ciudades, desde el que se exportó a los confines del mundo conocido. Los del Norte eran los bárbaros, los que con el tiempo darían a luz el industrioso capitalismo de raíz anglosajona, que ya hace tiempo Max Weber conectó con el protestantismo norteño. Y sí, tiene algo (o mucho) de bárbaro, algo de desmedido y agresivo, el capitalismo que actualmente nos lleva a todos por delante.
Una noticia de hace unos días relativa a la regulación europea de la pesca me ha devuelto la consciencia de que ese mar nuestro se muere, de que lo estamos matando. Su enfermedad es ya muy notable. Sus síntomas los puede percibir cualquiera. Yo mismo, este verano pasado, pude constatar su anormal alta temperatura, que se mantuvo hasta prácticamente finales de noviembre; el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo me lo confirma: este año se registró en agosto su temperatura media más elevada de la que se tiene constancia.
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Que el Mediterráneo es uno de los mares más contaminados del planeta, si no el que más, es algo reconocido como un hecho incontrovertible desde hace años: entre 70.000 y 130.000 toneladas de microplásticos y entre 150.000 y 500.000 toneladas de macroplásticos acaban en sus aguas cada año. La organización ecologista WWF alerta de que este mar está en peligro de convertirse en una trampa de plástico debido al uso excesivo de plásticos, la pésima gestión de residuos y el turismo de masas.
Desde hace tiempo el Mediterráneo se halla saturado de naves ciclópeas imprescindibles para mantener la circulación de mercancías en este mundo nuestro dominado por un hipercapitalismo global que no puede funcionar sin el continuo abastecimiento de combustibles fósiles y mercancías desde oriente a occidente. Sobreexplotado mar nuestro también en lo que atañe a la pesca. No debe extrañarnos entonces el pacto de la Unión Europea sellado hace unos días que establece el reparto de cuotas de pesca. En él se fija un recorte notable para los niveles de captura en lo referente al arte de arrastre en el Mediterráneo: de 130 días en los que se pudo salir a faenar este año se pasa a solo 27. Aquellos pescadores que adopten soluciones capaces de aumentar la sostenibilidad de la pesca de arrastre –muy costosas económicamente, por cierto– tendrán permiso para trabajar casi el mismo número de días que hasta ahora. El nuevo comisario de Pesca de la UE, Costas Karis, nacido en la mediterránea isla de Chipre, ha tenido que buscar el equilibrio entre las consideraciones sociales, económicas y medioambientales. Ahora bien, el resultado de las negociaciones no ha satisfecho a los pescadores de nuestro mar. Otra vez, como cuando la pandemia de la covid-19, la salud frente a la economía. En este caso, la salud del Mediterráneo frente a los intereses económicos de un sector preocupado por su supervivencia, lo que se traduce concretamente en trabajadores y familias que ven en grave peligro su principal medio de ganarse la vida; con el componente existencial y emocional que ello implica, pues muchas de esas personas han crecido con un vínculo emocional que define de forma determinante sus vidas. En esta coyuntura la incertidumbre, que trae consigo la angustia, se apodera de ellas. Un cambio de tamaña magnitud en la práctica de un oficio tiene, además, repercusiones sociales nada desdeñables y siempre traumáticas en mayor o menor medida. En este colectivo muchos de sus integrantes, honrados trabajadores apegados a un oficio que consideran noble, se sentirán agraviados por la decisión de unos políticos que se les antojan miembros privilegiados de una casta alejada de la realidad. A los sufridos pescadores sin duda les costará trabajo entender que, desde sus despachos en Bruselas, aquellos les castiguen por ejercer un oficio idiosincrásico de la cultura mediterránea; lo que les causará un íntimo amargor que, bien aprovechado desde sectores políticos de la derecha populista, contribuirá a alimentar el negacionismo con respecto a la emergencia medioambiental y hará que aumente un resentimiento ciudadano que favorece a las propuestas antidemocráticas.
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