Pepe 'El Tomillero' entra en el mes de mayo con su propia cruz y sin peros que valgan. La exaltación de la primavera, el momento del renacimiento de los frutos, la faena, el sol y la vitamina D que nos llega de forma natural, de ... manera directa, a manta y no en píldoras ni en cápsulas. La naturaleza al alcance de los cinco sentidos. Se ve, se nota, se huele, se escucha se llame uno Vivaldi o no y se saborea de forma íntima y directa a través de ese despertar del campo que marca un ciclo de siembra y de cosechas. Desde tiempos de Maricastaña y desde más lejos aún, el ser humano y la primavera han sido cómplices en la fiesta, desde la Roma pagana a la Almería de hoy, esa de la reserva de mesa.

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Claro que, a uno, y seguramente también a una que 'El Tomillero' conoce, le hubiera gustado que, en el momento actual, Almería presumiera de lo que hasta hace poco era una seña de identidad de esta tierra que, en lugar de transformarse, se eliminó, como tantas otras cosas: Las Mayas. A estas también les hemos aplicado esa tradición tan almeriense del acoso y derribo sin saber muy bien con qué sustituirlas. Lo que no consiguieron los mandamases del XVIII, ni del XIX ni del XX, incluso de antes de los de antes, lo han conseguido los mindundis del XXI. Y no es decirlo así por nostalgia ni cosa parecida, sino porque en otros lugares en los que se aplican fórmulas diferentes, el patrimonio popular es un valor añadido que hasta dispara el PIB local, funciona como un imán de atracción y cuenta con el mimo, el cuidado y la propia valoración de la gente que sabe perfectamente que la tradición es de todos y hay que dejarla en herencia en las mejores condiciones y en los escenarios en los que se ha movido desde su origen, la calle. Sí, la calle, es esa cosa que no hay que hacer desaparecer. Ya lo gritaban y lo cantaban los gaditanos que, contra viento -de Levante y Poniente- y marea, han sabido transmitir su sentir con «¡Que no nos quiten la calle!», dando muestras de esa sabiduría popular que el ser humano atesora. Lo mismo pasa con las cruces, que están muy bonicas en los salones y en el interior de los centros particulares. Quitar las cosas de la calle es hacer que el ser humano renuncie a su esencia colectiva y llevarlo a la retirada de su cualidad inclusiva. La calle es de todos, eso es lo primero, y de nuestras calles han desaparecido tantas cosas que no hay dedos en las manos de todos los almerienses para contarlas.

«Un chavico para la Maya, que no tiene manto ni saya», ni maya, ni calle, ni 'na' de 'na'. Aquí las cosas se prefieren cerradas, con aforo limitado, mejor con pago de entrada o con concesión a grupos cerrados. La calle les da más pánico que a la Junta -la de antes y la de ahora- poner aire acondicionado en los centros educativos. Aunque claro, el lado positivo es mejor esto que nada, mejor a que desaparezcan del todo. Pero eso no es el sentido que tiene la fiesta, es otra cosa, como las tapas para compartir que se han instaurado para que en el listado de los mejores sitios de España para el aperitivo aparezcan ahora lugares que nos robaron la idea de los pinchos de morcilla, la aguja a la plancha y la jibia en salsa.

«Un eurico pa la maya, que si no tiene calle no tiene nada».

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