Otros tiempos
«No somos capaces ni de repetir de memoria el número de teléfono de la novia o el novio, del amor de nuestra vida, del amigo del alma»
José María Granados
Periodista
Miércoles, 12 de febrero 2025, 23:27
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José María Granados
Periodista
Miércoles, 12 de febrero 2025, 23:27
Pepe 'El Tomillero' entra en vísperas de San Valentín, el santo del que se quiso adueñar Almería cuando hacer turismo consistía, para la mayoría de los mortales de entonces, en irse unos días a la casa del pueblo o bajar en el correo a la ... capital a casa de los primos. Eso sí, como siempre ha habido y habrá, existía una minoría que, además de ir al médico a 'Graná', también viajaba a los alrededores para luego quejarse de los caracolillos de la carretera de Málaga, del frío que hacía en Moreda o de lo lejos que quedaba Sevilla. Los más aprovechaban la emigración para pasar unos días en Cornellá, Hospitalet, Manresa, Sabadell o Andorra aumentando el clan familiar el máximo tiempo posible y los varones, sobre todo los varones, soñaban con la mili en Ferrol, Getafe o Cerro Muriano en el caso de no poder enchufarse en el Álvarez Sotomayor, repleto de mozos llegados de toda España. Poco más en cuanto a salidas. Si eras estudiante, como aquí aparte de perito mercantil, maestro y practicante no se podía ser otra cosa, te abrías puertas en las universidades más asequibles, en los colegios mayores más elitistas o en las pensiones más baraticas. Eran otros tiempos, tan mejores o tan peores como los de ahora, que no es oro todo lo que reluce ni lo que relucía.
Hay, eso sí, una cosa cierta. Hemos cambiado los destinos y las razones para viajar. Lo cercano se nos queda demasiado corto, la media distancia nos sigue pareciendo escasa y la larga de antes es casi normal a no ser que el transportista nos deje colgados. Sabemos cómo estamos de trenes y aviones, conocemos las carreteras y las normativas y sus trabas cuando se nos ocurre usar medios propios. Antes te montabas en el tren y llegabas, ahora no lo sabes con certeza hasta que llegas; antes agarrabas tu coche y te ponías en Madrid casi de un tirón, ahora tienes que pensarte si entras en la capital del Reino con tu vehículo o lo dejas en Aranjuez y desde allí agarras un cercanías y claro, eso conlleva llevar preparada la AP para que la IA te guie por esos mundos de Google que en un suspiro se han cargado el nombre del Golfo de México que tantas lecciones de geografía física costó identificar en el mapamundi del colegio.
Hemos apostado por la desmemoria y vaya si nos resulta caro. Dependemos de un aparatito para todo y por mucho que critiquemos las adicciones, somos unos adictos de tomo y lomo a las nuevas tecnologías. Somos capaces de gastarnos un potosí en un cacharro de aluminio para el que adquirimos una funda top de no sé cuantos euros, un cristal protector de cristal templado de otros tantos; pagamos la conexión, nos apuntamos a Neflix, Amazon TV, Showtime, Spotify… y criticamos la necesidad de pagar impuestos para mejorar la educación, la salud, las autovías, la vivienda… Es eso, que no nos acordamos de lo que debemos acordarnos, de la necesidad de seguir siendo personas, de ver los paisajes que aparecen ante nuestras ventanas, fijos o en movimiento, de disfrutar de las conversaciones, de los intercambios de opinión. No somos capaces ni de repetir de memoria el número de teléfono de la novia o el novio, del amor de nuestra vida, del amigo del alma. Estamos en otros tiempos, ni peores ni mejores, pero son otros y nosotros, también.
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