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Pepe 'El Tomillero' acude a la boda de María y Rafa y se lleva una gran sorpresa al notar, desde el principio, que el amor de esta pareja se transmitía a los invitados en una especie de estallido, de reacción en cadena, que culminaba en ... una celebración alejada de todos los problemas que hoy transmite el mundo. Estábamos en una especie de isla en la que el amor, la alegría y las ganas de compartir el momento, borraban el ruido exterior y hacían que los presentes se sintieran únicos y especiales.
Los jóvenes contrayentes, rodeados de familiares y amigos, eligieron como catedral el espacio más adecuado, entre la Universidad y Costacabana. Lucía el sol y ni la humedad que traía el viento del sur, ni el fresco natural de la noche, hacían desistir a los invitados de mantenerse allí las 13 horas de felicidad sin pausa.
Miren, fue el sábado pasado, más o menos todo empezó a la misma hora que al día siguiente, en las plazas de las capitales de provincia, se tocaría arrebato mientras los expertos contaban a bulto el número de personas que acudían. Que conste que también se hizo en la boda, pero como la gente se movía sin parar, al final nadie sabía decirnos si estábamos más o menos, sino una 'jartá'. Estábamos los que teníamos que estar, los elegidos por los recién casados, ni uno más ni uno menos, los afortunados.
Se había improvisado, con todo lujo de detalles, un espacio al aire libre en el que nos fuimos acomodando los llamados a compartir el momento. No se sabe de dónde, empezó a sonar la banda sonora de la oscarizada película de Roberto Benigni, 'La vida es bella', y empezó la emoción. Noté que también yo me emocionaba y se emocionaban los que estaban con él y los que venían conmigo, y los que habían llegado con otros. Todos parecíamos haber sentido ese pinchazo agradable que desarma a las personas sensibles y buenas que somos.
Fue un sin parar. A la música siguieron las intervenciones, en una línea recta sin dobleces ni torceduras. Tan emocionante como el primer golpe musical y, antes de sentir calor, frío, humedad, cansancio, dolor de músculos normalmente inactivos, ya estábamos en el coctel de bienvenida, participando de verdad en lo que todos habíamos entendido que se trataba de la fiesta del año. Y qué guapos que estábamos y qué jóvenes tan apañados y qué amigos. Vaya manera de disfrutar de un sábado de noviembre disfrazado más de primavera que vestido de otoño.
De ahí al interior, a seguir la fiesta de acuerdo con el protocolo, impuesto por los contrayentes, con la prohibición de aburrirse. Vamos, ni por asomo. Antes, después y entre plato y plato, 'MaríaRafa' entraba, salía, se dirigía a las mesas, besaba a sus padres, madres, hermanos, hermanas, primos y primas, amigos y amigas, abuelas, tíos y tías, los niños y niñas. Nadie desentonaba, nadie tenía ganas de salir corriendo ni de despedirse. Y el reloj seguía pasando sin que nadie se diera cuenta.
Cuando el Almería acababa de encajar el tercer gol, el baile nupcial entre bengalas. La vida bella del prólogo mantenía el ambiente y potenciaba esas pequeñas cosas que nos convierten en héroes. Miradas cómplices de los novios, su sonrisa contagiosa, su espontaneidad en cada una de las sorpresas. Y esa mezcla heterogénea de personas disfrutando y repitiéndonos que la vida es bella y hay que sentirla. ¡Vaya regalo que nos hicieron los enamorados!
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