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Cuando a las 23 horas, 59 minutos y 59 segundos del día 31 se le paró el reloj, Luis no le dio importancia. Total, se trataba de un modelo digital comprado por dos euros en AliExpress, por lo que cualquier cosa podía esperarse. Sí se ... preocupó cuando el día 1 de enero, al actualizarse el sistema operativo, se borraron todos los datos del disco duro del ordenador, que justo después se apagó. Bueno, tengo copias de los archivos más importantes, se dijo, y parte del trabajo en la nube. Sin embargo, no pudo entrar en su cuenta con el móvil, que también había dejado de funcionar. Eso sí era grave. Rebuscó por el armario un teléfono antiguo, pero no le servía la tarjeta pin, demasiado pequeña para el dispositivo. Maldito progreso, pensó. ¿Podría vivir sin mensajes y llamadas? ¿Sería una señal del destino? Menos mal que se había tomado unos días de vacaciones y no tendría que contestar a los múltiples correos electrónicos de su jefe. No te alteres, se dijo. De todos modos, era fiesta, y no podía llevar a arreglar el teléfono y el ordenador, por lo que más le valía mentalizarse para pasar el día sin noticias. La ansiedad le invadió al principio, pero al rato empezó a tranquilizarse y a disfrutar de esa rara soledad.
Se acordó de su vecina, quizá porque llevaba toda la mañana oyéndola andar nerviosamente por el pasillo. Por lo que Luis sabía, Teresa estaba soltera como él, y eso que los dos habían pasado de los cuarenta. ¿Y si se acercaba a su apartamento y le contaba lo que le había ocurrido? Mientras lo pensaba, decidió cocinar su famosa lasaña de verduras, una manera sana de empezar el año nuevo. Sin embargo, se encontró con el frigorífico apagado, y tampoco pudo encender el horno. Revisó los plomos, pero todo parecía estar en orden. Entonces sonaron unos golpes en la puerta. Por la mirilla, vio que era Teresa. «¿Te has enterado?», le preguntó ella en cuanto le abrió la puerta. Incluso con la tez algo pálida, donde destacaban los ojos azules y el pelo moreno enredado por no haber podido peinárselo con el secador, a Luis le pareció muy guapa. Pensó que quizá iba anunciarle que había habido un apagón digital, una revolución de electrodomésticos o alguna otra catástrofe electrónica. Pero no le importaba. «¿Quieres pasar y me lo cuentas?», dijo con su mejor sonrisa. Así que Teresa también sonrió, entró con Luis en la casa y empezaron una nueva vida primitiva.
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