Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
La política debería ser una actividad ceñida a la realidad, pero los discursos suelen construirse de acuerdo con los deseos de quienes los pronuncian y no de los problemas de los ciudadanos. Deprime escuchar a los portavoces de los partidos analizar los resultados electorales, maquillándolos, ... no reconociendo la derrota, en el caso del PSOE, como si no fuera un partido de Galicia o de España, sino de otro planeta quizá. Nuestros políticos comienzan por no reconocer los errores y terminan enajenados, viviendo en otra realidad que al parecer es distinta a la de sus votantes. «Es que no entiendes la política», te dicen. Pero con tantas contradicciones resulta imposible. Menos mal que para aclararlas está la ley, ese mínimo común que permite la convivencia. Y por eso en democracia existe la separación de poderes y la judicatura. Sin embargo, llegados al punto de interpretar la realidad según los propios deseos, nos estamos acostumbrando a negar los principios democráticos, y ya es demasiado común escuchar a políticos, contertulios y columnistas con poca formación la idea peregrina de que la soberanía popular está por encima de todo, incluyendo las leyes. Porque la soberanía popular es un poder constituido y las leyes se aprueban o se modifican en el Parlamento, y no es más democrático un país en el que se permite que quien las vulnere, sea Donald Trump o Carles Puigdemont, se presente a unas elecciones, como hemos escuchado últimamente.
Eso no demuestra que exista una democracia más madura o más fuerte, sino solo más anárquica y analfabeta. Quien no tiene respeto por el ordenamiento jurídico, difícilmente lo va a tener por los derechos y libertades de los ciudadanos. Las elecciones no lo solucionan todo, y las amnistías tampoco, por bienintencionadas que sean, cuando se confunden las iniciativas políticas con la prevaricación. Ninguna idea legitima la malversación de los recursos públicos, que pertenecen a todos los ciudadanos, los que están contigo y los que no. El fin no justifica los medios en un país democrático, pues el medio es la democracia misma, que en esencia es un procedimiento de actuación. Y el respeto de lo público debería estar por encima de otras consideraciones. Cuando nuestros políticos transmiten la idea de que la impunidad es legítima y todo vale, ¿por qué no van a hacer lo mismo el resto de los ciudadanos? ¿Porque no ostentan un cargo público? Del abuso del decreto-ley a la dictadura hay un pequeño paso. Sobre todo cuando no tenemos claro cuáles son los principios democráticos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.