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A veces metemos la mano en un bolsillo y, como en una película de terror, aparece una mascarilla, ese fantasma que tienes guardado con la ropa de otoño que ya se acerca. Debíamos tener siempre una disponible para salir a la calle y, aunque no ... se debían meter en los bolsillos, las teníamos en todos los bolsillos, de la ropa y de las mochilas, en las carteras y en los cajones de la mesilla de noche o en el despacho, en la guantera del coche, siempre a mano. Hay quienes no han dejado de ponérsela, y cuando nos los encontramos en el autobús o en el trabajo nos recuerdan nuestra debilidad. Sin embargo, en la política, cuando uno mete la mano en un cajón lo que se encuentra es una máscara, que es distinta según el contexto y el público, los colaboradores y los medios de comunicación. Y los cajones también guardan fantasmas, de la guerra civil, la dictadura y la transición, sobre las que se siguen escribiendo versiones edulcoradas que parecen novelas más que ensayos, pues no se basan en los hechos legales o históricos, que no engañan a nadie, sino en la opinión.

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