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Empezó por no recordar el pin del teléfono. Cuando lo encendía, le bastaba con dudar un momento para equivocarse de número. Al principio, lo relacionaba con el estrés, por no haberse tomado unos días de descanso. «No puedo», pensaba. Quería mantenerse ocupado. Luego comenzó a ... dudar sobre lo que había hecho durante el día. Se levantaba por la noche desvelado para comprobar si eran correctas las cifras de las hojas de cálculo. También recurrió al calendario del ordenador para ponerse avisos sobre las tareas diarias y presentar en plazo las declaraciones de los clientes. Tenía sueños extraños, en los que aparecía y no aparecía él. No sabía si se trataba de recuerdos, fantasías o cosas que le habían ocurrido realmente. Pero esa sensación de extrañeza le acompañaba durante toda la jornada. Con sesenta años recién cumplidos, su vida era como una nebulosa, con amigos con los que no hablaba y una familia a la que no veía. ¿Fue un niño alguna vez? Tenía que tomarse unas vacaciones, descansar, tumbarse en la playa, dejar que su mente recordase, ordenase los acontecimientos y pusiera las cosas en su sitio. Lo hizo de un día para otro, sin avisar a nadie, ni siquiera a esa mujer que vivía con él.

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