Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío
Juan Antonio Díaz Sánchez
Jueves, 9 de enero 2025, 23:00
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Juan Antonio Díaz Sánchez
Jueves, 9 de enero 2025, 23:00
«Para expresar el amor de Jesucristo suele usarse el símbolo del corazón. Algunos se preguntan si hoy tiene un significado válido. Pero cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas ... insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón» (Francisco, Carta enc. Dilexit Nos, 2, 2024).
He querido comenzar este artículo con estas sabias palabras, que son con las que prácticamente comienza el Santo Padre Francisco su encíclica 'Dilexit Nos' sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo. Dicho texto publicado el pasado otoño, que es un verdadero regalo para los católicos –como habitualmente son todas las cartas encíclicas–, podríamos definirlo, bajo mi inexperta opinión, como una auténtica exhortación reflexiva al Sagrado Corazón de Jesús.
Desde luego, nos viene muy bien sacar a colación estas reflexiones, que están repletas de sabiduría, ante los últimos acontecimientos televisivos acaecidos durante uno de los momentos con mayor audiencia de todo el año, la retransmisión de las campanadas de fin de año en la Nochevieja; y, además, para más inri, en la televisión pública que ha de ser por y para todos los españoles puesto que la sostenemos entre todos con nuestros impuestos.
El hecho en sí, ya es de sobra conocido por lo que huelga describirlo aquí. Sin embargo, lo que sí quiero poner de manifiesto, mediante este artículo de opinión, es la tristeza, desasosiego y desazón, que embargó a mi corazón, cuando estaba viendo dicha retransmisión en el mismo canal de televisión donde recuerdo haberla visto desde que tengo uso de razón. No es de recibo que en la televisión pública se tuviera que presenciar una escena blasfema y soez totalmente gratuita e innecesaria que, por supuesto, fue realizada sin espontaneidad alguna puesto que todo parece indicar que presuntamente fuera efectuada de manera premeditada y preparada.
Mofarse o burlarse públicamente del Sagrado Corazón de Jesús constituye una ofensa a los sentimientos religiosos de las personas que somos creyentes, en mi caso particular, cristiano, católico, apostólico y romano. Sinceramente, espero y deseo que dicho blasfemo gesto fuera realizado más por ignorancia que por mala intención. En este caso, voy a intentar realizar la primera de las obras de misericordia espirituales, que se nos enseñaban en los viejos catecismos escolares, «enseñar al que no sabe». Por consiguiente, a continuación, voy a hacer público el relato de un testimonio familiar, completamente verídico y real, que nos servirá como ejemplo para hacernos una idea de la enorme importancia que el Sagrado Corazón de Jesús posee para los católicos.
«Mi abuela, que en paz descanse, enfermó de artritis reumatoide y estuvo treinta y tantos años postrada en una cama hasta que falleció. En mi casa siempre he crecido viendo, en el mismo sitio, un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, que se lo regalaron a mi abuela unas monjas que prestaban servicio religioso en la Parroquia Santa María y San Pedro de Caniles, siendo nuestro párroco el Padre don Francisco Grande. El caso es que dicho cuadro se ubicó en ese lugar concreto, al que antes me refería, para que mi abuela lo pudiera ver desde su posición que tenía acostada en la cama, y así pudiera rezarle al Sagrado Corazón de Jesús, hasta el final de sus días. Pues bien, jamás se ha cambiado ese cuadro de lugar ni se cambiará mientras esta casa pertenezca a mi familia».
Tras este relato familiar, tan íntimo y personal, que constituye por sí solo un testimonio de fe, vida y resignación cristiana en cuanto a la actitud con que una persona afronta una terrible y cruel enfermedad degenerativa, quiero manifestar que para ella el Sagrado Corazón de Jesús fue el amigo que nunca falla y en quien siempre confió. Ya han pasado casi cuatro décadas del desenlace final de aquella enfermedad, es decir, del fallecimiento de mi amada abuela; pero da igual el tiempo que haya pasado porque sé perfectamente y soy consciente del enorme significado que para mi familia y para mí posee el Sagrado Corazón de Jesús. Por lo que podrán comprender, amables lectores, que me sienta triste, ofendido y desconcertado ante la banalización hacia mis sentimientos religiosos. No obstante, haciendo uso de la franciscana paciencia que me caracteriza, quiero tomar ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, que el mejor que podemos tomar, puesto que Él nos dijo «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Por consiguiente, que no le quepa la menor duda a la persona que ofendió a mis sentimientos religiosos que cuenta con mi perdón al igual que yo lo solicitó a quien ofendo pues todos erramos: «Padre Nuestro, que estás en el cielo (…) perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…».
«…En este Sagrado Corazón de Jesús [las personas seglares] encontrarán su lugar de refugio durante la vida y principalmente a la hora de la muerte» (Sta. Margarita, carta 141). Estas palabras recogidas por el Padre don Florentino Alcañiz (S.J.), en su guía de Consagración personal al Corazón de Jesús, recoge perfectamente el significado que para los católicos tiene dicha devoción. Por lo tanto, en mi opinión, la única manifestación pública, que se ha de hacer sobre el Sagrado Corazón de Jesús, es la que muestre amor, respeto, consagración personal, devoción, petición de amparo y fe.
Quisiera terminar con las palabras del Papa Francisco: «Pido al Señor Jesucristo que de su Corazón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto. Bendito sea» (Francisco, Carta enc. Dilexit Nos, 220, 2024).
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