A Joaquín y Ana,
Publicidad
y a su preciosa familia:
estrella polar en la noche,
luz en la alegría del día y de bonhomía derroche.
Languidecía la tarde, el viento acariciaba suavemente las hojas que comenzaban a dorarse en las ramas de los árboles y la ... noche saludaba más prontamente a los habitantes de la villa. En esa tarde de otoño, cuando los árboles se despojaban de sus vestiduras de oro y grana, paulatinamente, sin que se notase su desnudez, las viejas rejas metálicas, que guarecían las puertas de la tienda, se abrían.
Una nueva tarde, Ana y Joaquín volvían a percibir los aromas a especias: a pimienta y clavo, a pimentón de la Vera y a esa canela tan especial que allí se podía encontrar y cuya fama le precedía en toda la hoya, avíos imprescindibles para que 'el cerdo testara' en la tradicional matanza. Una joven pareja que comenzaban una nueva vida, entre pesos, abastos, víveres y medidas, un largo recorrido por transitar en el tren de la vida y sus corazones aun por redactar.
Cuando esta joven pareja decidió formar una familia, compraron una casa añeja en la villa, en cuyos bajos, se encontraba un pequeño local de dieciséis metros cuadrados, donde se ubicaba un vetusto colmado. Joaquín y Ana acondicionaron un poco el local con un mobiliario a medida, mantuvieron el teléfono público que allí había puesto que a mediados de los años ochenta no había teléfonos en todas las casas, y las provisiones llegaban a la tienda a lomos de un Citroën dos caballos rojo y, posteriormente, de una Renault F4 blanca.
Publicidad
Los pequeños Joaquín y Fernando, que eran los dos hijos de nuestros protagonistas, jugaban entre hilos y dedales, latas de conserva y, sacos de alubias y garbanzos. Los dos zagales prestaban mucha atención cuando escuchaban el ruido que hacía el viejo molino de pimienta, que se encontraba anclado al mostrador, y se quedaban obnubilados con el vaivén de la aguja marcadora de la báscula. Fernando, que era el más travieso de los dos, gastaba bromas a los clientes de siempre, los cuales se las tomaban con un gran sentido del humor, las recibían siempre con una sonrisa en los labios y la alegría inundando su corazón. Sin embargo, los dos niños buscaban siempre con anhelo el tesoro más preciado del colmado, el bote de los caramelos.
En el ocaso de una década, cuando se iban apagando, paulatinamente, los ochenta y los noventa se iban divisando, llegó una nueva alegría a la tienda de esta joven pareja que por nombre Ana le darían y por apearse en la estación de la vida en vísperas de la Navidad, Belén también se llamaría. En esta época de adviento, la suerte a las puertas de esta tienda quiso llamar, caprichosa señora que vestía de visón y gabán, prologada por el tradicional canto de los colegiales de San Ildefonso, el día de la lotería, cuando en la radio se oyen cantar los premios y ponemos nuestros sueños a jugar. Sin lugar a dudas, ese sonido es el que da comienzo a la Navidad, el tintineo que las bolas hacen al caer del bombo y ser los habituales clientes de la tienda agraciados con el segundo premio a los niños cantar.
Publicidad
Pasadas ya las fechas de los villancicos y la Navidad, de los turrones, los mantecados, el mazapán y el roscón que en vísperas de la Epifanía su haba malos augurios trae para el peculio de quien la masca, una nueva etapa para Joaquín y Ana se venía a alumbrar: inauguraban su nuevo local, bajo el patrocinio de la Virgen de las Angustias y en vísperas del día de San Sebastián, que en Caniles ya se sabe: «Desde la Purísima a San Sebastián en pascuas los canileros están». Al poco tiempo de recibir la medalla cofrade de la cooperativa Virgen de las Angustias, Joaquín fue nombrado consejero de la misma durante trece años, los cuales también los compaginó con los cuatro años que fue concejal en el Ayuntamiento de Caniles, durante la segunda legislatura de uno de los mejores alcaldes, que ha tenido Caniles en la época democrática, don Fernando Bocanegra Vela.
Pocos días antes, que la popular tarasca marcara la moda granadina por las calles de la ciudad de la Alhambra a las orillas del Darro y el Genil, mientras campaneaba la Vela y cantaba el Albaicín, entre la juncia, mimbres y adelfas, una nueva alegría sonaría para deleite de esta familia, la llegada de su cuarta hija. Nunca se les podrá olvidar, a esta preciosa familia, cuando ese bendito ángel del reino celestial a la tierra quiso bajar, fue en una jornada que lucía más que el sol por ser ésta muy próxima a la celebración del Día del Señor, puesto que la pequeña recién llegada, Corpus se llamó.
Publicidad
Poco a poco, los años iban transcurriendo; Joaquín, Fernando, Ana y Corpus se iban haciendo mayores a la velocidad del viento cuando acariciaba los lacios cabellos de las niñas por barlovento y, a su vez, con la misma suavidad que la brisa de la sierra cuando sopla por sotavento. Atrás iban quedando aquellas tardes de juegos infantiles con un queso de juguete que a los vecinos sumía entre el desconcierto y el aspaviento. Tardes de lluvia y sol, de esas que se hacían interminables puesto que sus corazones e ilusiones se iban alzando batientes en espera con el anuncio de una pronta primavera.
Y como si del despertar de un sueño se tratara, cuando acaban de iniciar el otoño de sus vidas, esta historia comienza un nuevo capítulo que aún está por escribir. No obstante, el mismo será redactado a la luz de una candela, en paulino jardín sito en un cortijo de la vega canilera con la certeza que Dios siempre está con nosotros, de esta manera, así se escribirá la vida que vuelve a nacer a la par que un nuevo día amaneciera.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.