Los días postveraniegos de septiembre bien parecen recordar al mítico Sísifo, fundador y rey de lo que luego fue Corinto. Pero era rey cruel, y los dioses le impusieron como castigo que subiera un grande y pesado pedrusco, cuesta arriba hasta alcanzar lo alto de ... una montaña, pero, ay, que cuando Sísifo casi tocaba ya la cumbre, el pedazo de roca, grande y grávido, caíasele rodando hasta lo llano. Así una y otra vez como pena que Sísifo había de sufrir. Luego mucho se ha escrito acerca de tal, como lo hizo el filósofo francés Albert Camus.

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Y mismamente ahora con el septiembre, acaso rutinario y fastidioso tras más o menos largas vacaciones nos viene a colación. Cada año, cada primavera, la ilusión y el ascenso hacia el verano de asueto, de playa, de montaña, de viajar por esos mundos de Dios… pero sí, tal vez vacío y adverso el septiembre indefectible, acaso el otoño. Afortunados aquellos para quienes darse al estudio, al trabajo o profesión les es vocación y grato cumplimiento de vida, pero nos tememos que no sea muy grande proporción de los tales, en apreciación de toda la sociedad humanosa, y a la postre la indeclinable dedicación, el obligado trabajo, predominantemente es 'trabajoso', y humorada será decir que en la gran orquesta social se dan mayoritariamente los tañedores de 'contrabajo'.

Afortunados aquellos para quienes darse al estudio, al trabajo o profesión les es vocación y grato cumplimiento de vida, pero nos tememos que no sea muy grande proporción de los tales

Así es lo general, el caer siempre en la rutina y prosa de urgencia diaria tras haber 'ascendido' ilusionadamente hacia las vacaciones o asueto. Y se nos ocurre, tal como antaño describimos en un soneto, que también puede, en versión de resumen, considerarse el trance de Sísifo como vicisitud nuestra hebdomadaria, es decir, un Sísifo condenado a la pena ascensional de unos seis días de labor hacia la cumbre final, ansiada, del fin de semana (finde) y grato domingo. Y tal como escribo en el final del soneto, «Pero, ay, cuando el peñasco apenas toca la cumbre…, rueda hacia mañana, y el gozo, en otro lunes se trastoca». Una dama amiga, acerca de cierto tenor mediocre, decía situarlo entre un Plácido Domingo y el jodío lunes.

Ahora bien, vayamos a más profundidad o ultimidad tal como se procede con verdades o causas en Filosofía. De dónde acá la intrínseca e insoslayable condena de los humanos a padecimientos del modo o suerte que sea, a ese acabar, en un tiempo u otro, en lo sufridero u arduo. Hablando con un hijo: «En cierta época de vuestra infancia no quise añadir más empleo profesional por dedicarme más a mis desgraciados». Y ¿cómo? ¿Mis hijos, biennacidos, desgraciados sin haber nada en desgracia? Era que yo tendría en mente a Segismundo, extrañamente encarcelado ('La vida es sueño' de Calderón), quien en contraposición a tantas creaturas –ave, toro, pez, arroyo culebra– de plena autonomía de libre instinto, se pregunta ¿teniendo yo más vida, tengo menos libertad? Aunque ya había dado respuesta previa en apóstrofe a sus opresores, «¿qué delito cometí contra vosotros naciendo? aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido, pues el delito mayor del hombre es haber nacido».

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Un gran amigo, joven solterón, residente con su madre viuda, no sé en qué embrollo o entuerto se vio envuelto, que su mentada madre lamentaba o incluso le reprochaba… Pero hete aquí –¿quién lo diría?– que mi amigo, la persona más correcta y respetuosa que pudiera darse, fue y un mal día le espetó a su progenitora, «la culpa la tienes tú por haberme echado al mundo». ¡Lastimoso e irreprimible exabrupto de mi amigo con su madrecica!

En fin, que el sufrir y hacer sufrir, con culpa o sin ella, parece innato, cuasi consustancial a lo humano, viniendo a colación el distingo y la precisión irreprimibles en teóricos e intelectuales, pues van y nos dicen: el deber de procreación no compete a individuos concretos sino a la especie. ¡Átame esa mosca por el rabo! Cada quisque y su especie. Mas sea como sea, la realidad contundente es la del nacer por cuenta de progenitores, y vernos en este mundo puñetero sin más salida que la del río que va a dar en la mar que es el morir (Jorge Manrique).

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Resumiendo. Por un lado habemos de sufrir, sísifos, que se acaben las vacaciones, que lo bueno dure poco, que el 'jodío lunes' se prolongue, todo en una existencia a la que antes de que nos concibieran, no sabemos si hubiéramos dado asenso o disenso. Pero así estamos, presos con ella, segismundos, con la que existencialistas dicen preceder al ser. Pero bien con la vida del morir, la que deseamos y pedimos. Que sea de ventura y provecho, del carpe diem horaciano, porque en definitiva sólo se trata de un limitado oasis en desierto. Y el poeta: «¿Pedir la vida a saeta en reloj que deja yerto el brote de la savia más querida? Pide, mejor, morir y estar ya muerto en oasis de tiempo y de medida, hidrópica creatura del desierto» (de soneto en Antología publicada en Ciudad de México).

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