Hace algunas semanas fui a ver a mi amigo Paulino. Es un pastor ya sin cabras. Aunque en su cortijo conserva dos para su consumo ... de leche. Frisa los ochenta y una mala caída le ocasionó graves lesiones. Conserva fuerzas para cultivar en sus terrenos casi de todo. Garbanzos, lentejas, habas, patatas, hortalizas y hasta tabaco. No vende nada de esto. Solo es para su consumo. Donde antes había cabras ahora hay gallinas y conejos. ¡Así no dependo de nadie para el comer!, comentaba satisfecho. Desde que su sobrina Obdulia se fue a vivir con él al cortijo tienen un televisor. Dice que el no ve la televisión. Le interesa poco la información que le aporta. Paulino aprendió todo lo que sabe en los montes con sus cabras. Desde que era chico hasta hace menos de un lustro ese fue su mundo sin descanso.
Admiro su capacidad para simplificar y ejemplarizar los temas que nos ocupan y preocupan a muchos de los españoles que yo conozco. La economía es, para mi amigo el pastor, ingresos y gastos. Buena economía es gastar menos de lo que ingresas y tener unos ahorrillos para las 'desgracias'. Y si tienes que pedir dinero prestado, has de saber que lo tienes que pagar. Los prestamistas siempre piden avales para sus dineros. Termina sus conversaciones sobre este tema con una aseveración que él da como indiscutible: «Quien pide dineros para pagar las deudas que ya tiene termina siempre en la ruina». Si el tema es el tiempo con sus tormentas y riadas me mira serio y dice: «Los barrancos y torrenteras los hicieron aguas y temporales». «Vi riadas que arrastraban conejos y liebres; pero nunca las riadas anegaron las conejeras. Y en este cortijo alguna tormenta me ahogó algunos chotillos, pero nunca las aguas pasaron del tranco de la entrada».
Cuando la palabra guerra aparece en nuestras conversaciones, a Paulino le cambia el mirar. Yo creo que mira hacía dentro. Recuerda al niño que sufrió las hambres de nuestra incivil guerra. Me dice que quienes sufrieron guerras en primera persona, sus hijos y sus nietos están vacunados contra esa locura de tiros y cañonazos. Me explica que entre los animales solo se lucha por la comida y por los instintos de procrear. No sabe dónde está Ucrania ni Gaza. Su mirada vuelve a mirar mi mirada y me pregunta por mis hijos y mis nietos. Si hablamos de las cortijadas cercanas sin niños ni futuros, Paulino cierra los ojos y busca en sus recuerdos los tejones que ya no hay porque no tienen maizales para comer, las águilas perdiceras que ya no vuelan en sus cielos porque ya no hay perdices. Y como siempre, mi amigo, tiene una frase en la despedida que libera y aquieta mis pensares y mis sentires. «Mañana, como en todas las mañanas que has vivido saldrá el sol». Paré mi coche junto a la fuente de la Víboras. Bebí un trago de agua en el cuenco de mi mano. Miré al Sol y entendí que mi vida es minúscula. Tan minúscula como todas las vidas. «Ninguna vida puede mirar al Sol cara a cara y por derecho». Pues eso.
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