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Pedro, el roncador

Juan de Dios Villanueva Roa

Miércoles, 31 de julio 2024, 00:01

Los sopores de las noches del estío abren las ventanas de par en par. Prevenimos los mosquitos con las mosquiteras, pero los sonidos, ruidos, ecos, cantinelas, bramidos, gemidos y demás efectos sonoros que llegan hasta los dinteles no se paran más que con tapones, que ... nos aíslan del exterior de nuestra naturaleza. Recuerdo un vecino estival torreño cuyos ronquidos atravesaban la calle invadiendo edificios y casas de los alrededores. Una noche se presentó la policía municipal ante la llamada de un vecino desesperado, que llevaba cuatro noches sin dormir por los ronquidos de Pedro. Era un toro bramando, una ballena expulsando aire, una moto a escape libre, un oso gruñendo. Los municipales llamaron a la puerta, pero nadie abría. Midieron desde fuera: más de cien decibelios. Su paciente compañera había encontrado unos tapones alemanes, con forma de caracol, que una vez introducidos en su cuerpo impedían que nada externo llegase a su cerebro. Pedro fue la anécdota del verano y, al ser también propietario de la casa, en la que dormía con ventanas abiertas de par en par (ni los mosquitos se atrevían a entrar), los vecinos también propietarios estaban inmunizados, taponados a tuerca y con los aires puestos. Los inquilinos no volvían y algunos coches que pasaban por la carretera (¿recuerda aquella carretera que atravesaba Torrenueva en los años 80, 90 y dos mil?), si los paraba el semáforo, se lo saltaban con frecuencia al escuchar aquellos bramidos ascendentes que salían del callejón, ante la incertidumbre de si eran humanos o de alguna fiera escapada del zoo. Son las cosillas del verano que quedan en la memoria, aunque algunas gentes los gozan noche a noche por lo que encubren.

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