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Cuando despertó, después de una noche agitada, se había transformado en Donald Trump, su mayor enemigo. La primera idea que cruzó su mente como un ... rayo fue pensar que, en su cama de la Moncloa, como aquí en la Casa Blanca, yacía una bella durmiente que no se llamaba Melania, lo que favorecía la posibilidad de que el vicioso Trump, con quien intercambiaba su papel, descubriera a Begoña los secretos presupuestarios del sexo neoliberal y el sadomasoquismo de los mercados financieros. Sin embargo, no fueron los celos sexuales los que se apoderaron de él, sino la voluntad de aprovechar la ocasión proporcionada por su adversario carismático para ponerla, como siempre, al servicio de sus intereses.
Por algún lugar había que empezar la revolución, pensó antes de dar el primer paso decisivo, por qué no en este espacio íntimo que tantas victorias había conocido. Se sintió el amo del universo, el campeón de la tribu, el líder de la manada, y casi tuvo ganas de aullarlo al mundo antes de que la prudencia le recordara que estaba en la mansión presidencial del otro y los guardias de seguridad aquí no bromeaban. Qué sensación de poder, qué grandiosa oportunidad. En comparación, las propuestas de negocio de la república de Ho Chi Minh y su cuadrilla de burócratas mojigatos, y no digamos la arrogancia cósmica del jerarca Xi Jinping, se reducían a cenizas. Polvo, sombra, nada, eso eran ahora las ofertas orientales si las pesaba en la balanza de los aranceles del supervillano americano. Mejor no pensarlo mucho mientras no tomara las riendas de la situación global y detuviera con un gesto heroico los desmanes del enemigo.
Con decir no, alto y claro, bastaba, así se lo hizo saber su canciller en la sombra y así se disponía a actuar cuando comprobó que era imposible. Estaba maniatado y amordazado. La arpía alemana se las había arreglado, sin desmelenarse, para convertir el sueño húmedo del presidente en pesadilla humillante en provecho de su rival. Ya no había marcha atrás. El futuro era tan oscuro como la tumba del dictador. Y el presente tan suculento como la carrera profesional de las múltiples sobrinas del buscón Ábalos. Solo le quedaba adelantar las elecciones y tratar de salvar los muebles palaciegos. Como decía el psiquiatra que trataba a ambos mandatarios, un hombre que se cree rey está tan loco como el rey que se cree rey. No hay salida. Se le nubló la vista de pronto y escuchó a su espalda la carcajada siniestra del chamán de Waterloo. Despierta de una vez, gandul.
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