La Iglesia se autoexamina
Hoy, la lucha de egos persiste en la Iglesia, y muchos cuestionan la autoridad del Papa
Juan Santaella
Miércoles, 17 de abril 2024, 23:08
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Juan Santaella
Miércoles, 17 de abril 2024, 23:08
En la Iglesia universal hay un profundo malestar. Hoy, como en tiempo de Jesús, hay exceso de egos. Los apóstoles discutían «cuál de ellos era ... el más grande» (Mc 9, 33), y Jesús les decía que «no podían apetecer lo que apetecen los jefes de las naciones, sino ser siervos y esclavos de los demás» (Mc 10, 42). Desde ese momento de rivalidad, se pusieron las bases para una Iglesia en tensión conflictiva. Hoy, como al principio, la lucha de egos persiste en la Iglesia: muchos cuestionan la autoridad del Papa, y colocan la tradición, la espiritualidad, y las normas, por encima del seguimiento de Jesús, y de su Evangelio. Para dar respuesta a esta y a otras muchas cuestiones, se está celebrando la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos (2023-2024), en el que por vez primera intervienen, con voz y voto, sacerdotes, laicos y mujeres.
Según Joaquín Perea, teólogo, profesor en Deusto, y Vicario General del Obispo Añoveros, en su libro, Otra Iglesia es posible, el concepto «pueblo de Dios», acuñado en el Vaticano II, se deshizo en 1985 (Asamblea Extraordinaria del Sínodo de Obispos, bajo el mandato de Juan Pablo II), con lo que se rompió el concepto de comunidad de base y de Iglesia popular, con unas consecuencias nefastas, especialmente en Sudamérica. Hoy, la Iglesia sigue siendo, según él, una estructura jerárquica, sin apenas comunicación entre sus miembros, y donde el laicado no tiene funciones ni apenas derechos.
Recientemente, durante una audiencia general, el Papa, tras apoyar a la ONG que salva vidas en el Mediterráneo (Saving Humans), nos invitaba a vivir con «sobriedad y alegría evangélica, centrándonos en lo más importante: la relación con Dios, con los demás y con la creación, cultivando en nuestros ambientes un clima de armonía, de gozo y de paz».
De acuerdo con el Papa y el Vaticano II, la Iglesia actual debería tener una relación más fluida con el mundo; y, con un compromiso social fuerte, hacer una opción clara por los pobres, cuya presencia en la Iglesia es escasa. Debería estar abierta a todas las personas, conservadoras o progresistas, respetarlas y aceptarlas, sin optar por ninguna (hoy lo hace por las fuerzas conservadoras: véanse sus medios de comunicación, que agitan más que calman), para poner concordia entre ellas, tan necesaria, por la polarización existente. Es más, a partir de los años 80, desde la Curia Romana y desde las Conferencias Episcopales se revalorizaron los movimientos de Iglesia más conservadores, de tendencia neoliberal, defensores de que Dios y su mensaje está dirigido solo a un sector ideológico de la población, y así lo vemos vociferarlo en sus manifestaciones públicas. Nuestra fe sólo se alimenta de ritos, y le falta compromiso con el otro, especialmente con los pobres y con los diferentes.
Una Iglesia más acogedora, se abriría a otros valores religiosos y culturales, y en ella convivirían, en plano de igualdad, hombres y mujeres, al margen de su tendencia sexual; conservadores y progresistas; pobres y ricos; jóvenes (hoy ausentes de ella) y mayores... Una nueva Iglesia implicada en el mundo, pero no instalada en él, es posible y necesaria. Precisa volver al Vaticano II, seguir el magisterio del Papa, confiar en Jesús de Nazaret, y comprometerse con el Evangelio.
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