Con motivo del Día Mundial del Teatro, la Compañía granadina, Corral del Carbón, representó, magistralmente, el 22 de marzo, en el Isabel la Católica, Macbeth, de Shakespeare. Junto a la presencia de una niña, Violeta, había un elenco amplio de jóvenes artistas, y maestros veteranos ... como José Manuel Arias, Chema Caballero, José María Fernández, Rubén Mansilla, Francisco de Paula Muñoz, Virginia Padilla, Antonio Pérez Casanova o Rosa Quero, junto al director y adaptador de la obra José Guerrero, digno sucesor de José Luis Navarro, de grata memoria. La obra fue un éxito de público (el teatro estaba lleno y aplaudió a rabiar), y de interpretación.
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Shakespeare (1564-1616), es el iniciador del teatro moderno europeo; como Petrarca (dos siglos antes) lo fue de la poesía; y Cervantes (coetáneo suyo), de la novela. Por eso, los ingleses lo han encumbrado. En su país tiene museos, infinidad de calles, conmemoraciones, festivales y recuerdos; algo que nosotros no hemos hecho con Cervantes, poco encumbrado en España. Algún día hablaremos del Centro García Lorca y de su olvido.
Macbeth es un noble y valeroso guerrero escocés, a quien, al volver de una batalla victoriosa, su rey lo nombra conde de Cawdor. Antes de este nombramiento, encuentra a tres brujas que le profetizan: será rey, sus herederos serán los hijos de su amigo Bancuo y morirá a manos de Macduff. Desde ese momento, su imaginación se instala en la consecución de la corona, y termina asesinando al rey, tarea que es alentada por su mujer. A partir de aquí , sigue matando a cuantos se oponen a su objetivo (Bancuo y familia de Macduff), aunque la obtención del cetro no puede eliminar el peso de las conciencias: su mujer se suicida; y él, apesadumbrado, muere a manos de Macduff.
Shakespeare es capaz de convertir seres normales en personajes universales, capaces de grandes pasiones, virtudes o ignominias. En Macbeth, encontramos juntos la humanidad y la bajeza moral. Pero lo que más nos atrae de esta obra es la indagación sobre el ser humano, y los límites de éste, en palabras de Macbeth: «Soy capaz de hacer todo aquello que es digno de un hombre, el que se atreva a más no lo es», y esa expresión define el devenir de la obra. Esa frase manifiesta la gran contradicción del protagonista: afán de poder, y necesidad de ser fiel a la propia conciencia, que le exige lealtad al rey. Y en esa lucha entre el querer ser rey (el instinto) y el deber ser hombre (la conciencia) transcurre su vida. Macbeth es un personaje normal, incluso, valiente guerrero, admirado por el rey, que, cuando se deja llevar por los instintos, se convierte en un asesino abyecto y despreciable.
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Muchos, como Macbeth, empiezan su vida siendo virtuosos y buenos, pero terminan convirtiéndose en seres malvados, debido a pasiones incontrolables, y, al final, son despreciados por próximos y lejanos. El que inicia la senda de la corrupción, que conduce al dinero o al poder, tiene que seguir viviendo en ella. No cabe el retorno, si no se abandona lo conseguido con vileza. La maldad y la perversión convierte a los hombres en malvados y perversos, aunque, originariamente, sean valientes, generosos y amados por el pueblo y por el rey, como le ocurría a Macbeth.
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