Un año más, Oviedo vistió sus mejores galas para recibir el acto de entrega de los premios Princesa de Asturias. Este año, todos los intervinientes colocaron a la persona «en el centro de cualquier discurso, acción o decisión, ya sea en el ámbito económico, social, ... político o artístico», como dijo el Rey, al tiempo que advertía de la deshumanización como «un riesgo latente» y la creciente «polarización», así como «la negación del otro por sus convicciones o creencias; porque piensa, reza o vota distinto».
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En efecto, en nuestro mundo, el ser humano no es valorado por su dignidad, sino por su poder adquisitivo, el color de su piel, su adscripción política, su credo religioso, su raza o su género. Hemos hecho de la persona una mercancía más, y le hemos atribuido un valor de mercado según sus elementos externos.
Por ello, los premios de este año nos han dejado testimonios que no deberíamos olvidar. La escritora Ana Blandiana, premio de las Letras, voz crítica frente al comunismo totalitario de Ceausescu, mostró la fuerza transformadora de la poesía, pues, en las cárceles comunistas, gracias a ella, se produjo una auténtica resistencia a la dictadura. Miles de poemas pasaban de celda a celda y de prisión a prisión, y los presos políticos encontraban en la poesía su esperanza y su salvación, porque «la poesía construye una nueva realidad, en la que podemos salvarnos».
El filósofo Michael Ignatief, premio de las Ciencias Sociales, defensor de la ética y de los valores democráticos frente al populismo, mostró su compromiso con la igualdad de género, para «ser mujeres y hombres libres en un mundo saturado de mentiras»; y con la libertad, en medio de tanta manipulación.
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Marjane Satrapi, iraní, pintora y directora de cine, premio de Comunicación y Humanidades, defendió el humanismo: «Antes de educar a nuestros hijos para triunfar económica y socialmente, deberíamos enseñarles que el verdadero éxito radica en el humanismo… En la educación, en lugar de aprenderlo todo de memoria, deberíamos enseñarles la ética, el civismo y, sobre todo, la compasión y la bondad». Por último, atacó duramente al machismo: «Entre los animales, el hombre es el único que mata a su hembra, atrocidad que ninguna otra bestia comete».
El premio de las Artes, Joan Manuel Serrat, defendió la libertad, la justicia y la democracia, «valores que van de la mano o no lo son». Y terminó: «Creo en la tolerancia, en el respeto al otro y en el diálogo. Prefiero los caminos a las fronteras, la razón a la fuerza… Por eso no estoy contento con el mundo actual: hostil, contaminado e insolidario, donde los valores morales y democráticos han sido sustituidos por la avidez del mercado, donde todo tiene un precio… No me gusta ser testigo de atrocidades sin unánimes y contundentes respuestas».
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La invasión de Ucrania, el genocidio de Gaza, la expansión de la extrema derecha, la discriminación de mujeres y homosexuales, la persecución a inmigrantes, las tremendas desigualdades entre ricos y pobres, la falta de vivienda, la indigencia de tantos niños…, hacen de este mundo un lugar confortable para unos pocos y demasiado cruel para muchos. Solo la poesía (Blandiana), la ética (Ignatief), el humanismo (Satrapi), la razón y la democracia (Serrat), y colocar a la persona en el centro de la vida (el Rey), pueden salvarnos.
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