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Al comienzo de la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza, el Secretario de Estado de Asuntos Exteriores americano, Marco Rubio, acudió a una entrevista en la ... cadena de noticias conservadora Fox News, con una cruz muy pronunciada en la frente, para hablar de las guerras de Gaza y de Ucrania, donde tildó de monstruos a los integrantes de Hamás, pero no denunció el genocidio de Netanyahu, ni la limpieza étnica que Trump pretende consumar en Gaza; en cuanto a Ucrania, pidió a Zelenski que no saboteara la paz que tienen casi acordada con Rusia, sin denunciar la invasión de este país por Putin.
No es la primera vez que Trump y su gobierno hacen gala de su fe cristiana –como lo hacen los líderes de la extrema derecha mundial–, porque creen que ellos representan los valores del cristianismo. Contrasta la visión tan inhumana que ellos tienen del Evangelio, con lo que Jesús de Nazaret predicaba. Para el nazareno, lo que distingue la fe cristiana es vivir el Reino de Dios, caracterizado por entrañas de misericordia, pureza de corazón, bondad sin límites, y un amor radical por los enemigos (Mt. 5, 8-9, 43-48).
¿Puede ser compatible con la bondad evangélica la deportación masiva de inmigrantes, encadenados; justificar la invasión de un pueblo soberano como Ucrania; el apoyo al genocidio de Gaza; la eliminación de ayudas a pobres y marginados de EEUU y del resto del mundo; la lucha contra el medio ambiente y contra la salud de los más débiles; la práctica de un sistema económico neoliberal que solo pretende incrementar el capital de los más ricos y dejar a los pobres a su suerte…?
El pasado jueves, 6 de marzo, murió el famoso teólogo jesuita José Ignacio González Faus, que siempre luchó por una humanidad nueva y una Iglesia diferente. Su pensamiento teológico, frente al cristianismo de Trump, de Marco Rubio y de los líderes de extrema derecha, se basó en reivindicar el «rostro humano» de Dios, además de una clara crítica a lo más feroz del sistema capitalista, y una decidida apuesta por los pobres y por los pueblos oprimidos. Durante sesenta años, su magisterio iluminó la senda clara que emanaba del Concilio Vaticano II. Ha sido González Faus, en un tiempo de acomodo de la Iglesia, y de hibernación del Concilio, el que ha seguido luchando por la defensa de los derechos humanos, propugnando el carácter liberador del cristianismo y contribuyendo a recuperar la figura desdibujada de Jesús, y su mensaje de libertad para los oprimidos.
Él nunca fue cómplice, en nombre del Evangelio y de la Cruz de Cristo, de las injusticias, de los ataques a los débiles, y de la pérdida de los derechos de los pueblos, sino que siempre apoyó a los perdedores de la historia, que, esclavos del neoliberalismo moderno, cada día tienen menos derechos y libertades. En su obra cumbre «La Humanidad nueva» pretende que el culto a Dios no encubra la reivindicación necesaria de la nueva humanidad fraterna que propugna Jesús de Nazaret. Su obra y su vida, en sintonía con el Evangelio y con el magisterio del Papa Francisco, representa la defensa del carácter comunitario del ser humano, frente al individualismo o el espiritualismo, caracterizados ambos por la falta de compromiso con los otros, especialmente con los débiles.
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