El pasado 14 de marzo de 2020 se estableció en España el toque de queda, debido a la aparición del covid-19, que empezaba a expandirse por el planeta. Mucho hemos padecido durante estos tres años: privación de libertades, pérdida de contacto con familiares y ... amigos, falta de medios para vivir… Muchos, incluso perdieron la vida. Aunque aún quedan algunos casos, lo más duro ha pasado.

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Parte de la clase política no fue consciente de la gravedad de la situación, y, demasiadas veces, o se llegó tarde o se fue complaciente con ella. Algunos pusieron por delante de los acuerdos interterritoriales su afán de quedar bien con colectivos sociales. Es más, ciertos líderes permitieron amplia movilidad social, con gran satisfacción para jóvenes y representantes de la restauración. Los ancianos fueron muy mal tratados (un tercio de los fallecidos fue en residencias). En algunas comunidades autónomas la normativa impedía, incluso, que los mayores de ochenta años fuesen atendidos en hospitales. Varias asociaciones de familiares de víctimas han llevado el tema a los tribunales de justicia con nulo éxito.

A pesar de lo anterior, hemos aprendido muchas cosas: La primera, que la pandemia ha sido una cura de humildad: la ciencia no lo tiene todo bajo control. La naturaleza nos ha sido poco propicia porque no la hemos tratado con respeto. Hemos de dejar de maltratarla, y empezar a cuidar de las cosas, de los animales, y de los humanos. No estamos libres de una infección similar en los próximos años.

La segunda enseñanza es que las calamidades sanitarias vienen acompañadas de destrucción, insolidaridad, desigualdad y crisis económica y social, especialmente para los más débiles, que engrosan las colas del hambre.

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La tercera es que la industria médica no estaba al nivel exigido, en Europa, tampoco en nuestro país, con la dependencia de China que ello significó en mascarillas, trajes aislantes, medicinas... Eso no puede volver a ocurrir.

En cuarto lugar, frente a las teorías neoliberales, en esta pandemia hemos descubierto la importancia de lo público. Cuando muchos hospitales carecían de medios y personal, a raíz de la crisis de 2008, era muy difícil atajar la enfermedad. De esa situación hemos aprendido poco. Hoy la atención primaria está desbordada, y varias administraciones autonómicas no hacen la inversión necesaria para solventarlo, sino que, como ocurre en Andalucía, pretenden resolver las carencias asistenciales poniéndolas en manos de la sanidad privada.

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En quinto lugar, hemos visto la importancia de la solidaridad. No se puede doblegar la enfermedad sin la generosidad, la entrega y el heroísmo de muchos: personal sanitario, docentes, UME, dependientes, transportistas… Especialmente, vimos la fuerza tremenda y abnegada de los voluntarios, y, sobre todo, la entrega de los profesionales sanitarios que ofrecieron su tiempo, su esfuerzo, y, muchos de ellos, su vida, para salvar a los enfermos… Nos necesitamos unos a otros.

Por último, ahora, cuando, gracias a las vacunas, la pandemia remite, hay que restañar las heridas, tras tanto sufrimiento, y hacer análisis de conciencia sobre el papel que todos han desempeñado en esta dramática situación. Cuando esto termine del todo, habría que hacer, además, una amplia evaluación del comportamiento de los poderes públicos, entidades privadas, residencias, hospitales, voluntarios y colaboradores…, para sacar conclusiones, de cara a posibles situaciones futuras.

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