El asunto al que me voy a referir hoy es delicado. Su aparición en los medios de comunicación causa cierto impacto a pesar de que lo que se denuncia no es, ni mucho menos, todo lo que ocurre en este mundo de las relaciones de ... tipo sexual entre dos personas (me limito a estas, aunque también las hay de mayor participación).
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Los que nacimos con unas apetencias que podemos considerar habituales asistimos con cierta sorpresa a aquellos episodios íntimos para los que no estuvimos predestinados. Y, sea por cambio de costumbres, sea por la permisividad social que se va imponiendo, se nos ponen los ojos como platos cuando tenemos noticia de ciertas variedades de prácticas cada vez menos infrecuentes.
Pero, como no quiero entrar en criterios morales, me limitaré a decir que, en ningún rincón de nuestro cerebro, hubo jamás un resquicio para que en él se instalara una imagen de ciertas cosas que uno ha llegado a conocer. Y eso teniendo en cuenta que, en esto de los abusos, no toda la realidad sale a la luz. Por razones fáciles de entender.
Lo que, por otro lado, parece lógico es que la temática se sitúe en el campo de las relaciones humanas más estrechas. Y más si ellas se llevan a cabo dentro de programas de intercambios de tocamientos que empiezan siendo profesionales.
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El otro día se ha castigado con dos años de prisión a un masajista por tocamientos ilícitos a una paciente. No, no es el único episodio de algo que no debería haberse planteado en una sociedad en la que la profesionalidad se concibe con unas determinadas características totalmente incompatibles con hechos semejantes.
Lo primero que se me viene a la cabeza es que tal cosa sucede porque hay personas que no se conocen bien a sí mismas. Porque acogerse a una profesión que exige un respeto absoluto a la persona a la que se atiende implica asumir para sí unas limitaciones del todo infranqueables. Y, si no eres capaz de aceptar esto, mejor que te dediques a otra cosa.
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El caso, a mi modo de ver, trasciende la práctica de cualquier oficio, pero condena de modo especial a quienes ejercen trabajos que tienen mucho que ver el contacto físico con otras personas. Y esto excluye a quienes, en el legítimo ejercicio de su profesión, llegan a canalizar sus afectos hacia los usuarios del sistema. Con una condición insoslayable: el consentimiento recíproco. Sé de lo que hablo porque conozco varios casos que han evolucionado con normalidad tras haber pasado por una experiencia en la que ambos descubrieron su sintonía afectiva.
Por desgracia, no siempre las cosas suceden así. Y el asunto no tiene explicaciones recurrentes cuando los hechos se producen en torno a un mismo protagonista. La reincidencia es un argumento probatorio más que suficiente.
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Lo que pasa también es que la legislación tiene sus limitaciones. Por eso mismo, la mayoría de casos se quedan en la mera sospecha. Y el hecho de que no podamos extender la carga sancionadora sobre toda la casuística no quita ni un gramo de valor a lo que estoy diciendo. Aunque fueran mínimos los casos que se dan a conocer sobre el asunto, poco afectaría a la gravedad de lo que comento. La reincidencia eleva el nivel de perversidad de los hechos, lo que corresponde valorar al legislador. Además, genera mayor rechazo.
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