Suelo recordar mis viajes durante semanas después de la vuelta a casa. Recuerdo los paisajes y las gentes. Los cafés y las librerías. Las calles y las casas de la pequeña ciudad que nos ha acogido durante esos días felices del verano. Comparto mis recuerdos ... en familia, a la hora de comer. Hablamos de las comidas extranjeras. De los extraños horarios del almuerzo y la cena en el resto de Europa.
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Durante muchos días hago memoria de mis impresiones. Reviso mis fotos. A veces, llego incluso a sumergirme en la nostalgia del último viaje. El gran Manuel Vicent dice que «uno siempre recuerda el pasado, la memoria, emulsionada con la imaginación, y luego, tiene que escribir tal como lo siente». Estoy de acuerdo. Y me siento a escribir.
Tras visitar Irlanda varios años, mi verano europeo continuó en Baviera, en el sur de Alemania. Mi primer verano alemán fue, como antes en Dublín, en pleno invierno. El programa Erasmus me permitió dar unas clases en diciembre en la Universidad de Regensburg, la bella Ratisbona, donde Francia y España firmaron una tregua en 1684, por la que les cedimos Luxemburgo y algunas plazas de los Países Bajos.
Aterricé en Múnich invitado por el profesor Ralf Junkerjürgen, un relevante hispanista y uno de los mayores expertos alemanes en cine español: Berlanga, Fernán-Gómez, Buñuel. Ralf es catedrático de Culturas Románicas de la citada universidad. Especialista en Alejandro Dumas y Julio Verne. Pero, sobre todo, un hombre generoso y divertido. Además de un autor prolífico.
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Nos conocimos en Granada, casi por casualidad, cuando buscaba ayuda para terminar su guía de viaje por las localizaciones cinematográficas de Andalucía (Andalusien: on location, Schüren-Verlag, 2022). Para escribir su libro, recorrió durante años los escenarios de rodaje de las películas y series que han pasado históricamente por nuestra tierra: de los spaguetti western a Juego de Tronos. Y solo le quedaba Granada. El resultado es un trabajo de investigación riguroso y una guía muy amena. Una pequeña joya que alguien debería traducir al castellano.
Un par de semanas antes de la Navidad de 2022 impartí mis clases en Ratisbona. Les hablé a los alumnos alemanes del cine español actual y de los procesos de producción de nuestras películas. Parecían interesados, pero estuvieron todo el tiempo en silencio. Luego, me enteré que en las clases magistrales de Alemania no intervienen los estudiantes. Solo lo hacen durante los seminarios.
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Después de algunos días trabajando en la universidad alemana, me vine convencido de que allí los alumnos demuestran un gran respeto por sus profesores, algo que en España estamos perdiendo, curso a curso, sin que nadie lo evite. El respeto se nota en la manera en que se dirigen a su profesor, formulan sus preguntas y al finalizar la clase, aplauden al docente, dando golpecitos con las manos en la mesa.
Fue mi primer acercamiento a Alemania. Hasta entonces, no sabía que era un país tan grande y poblado (84 millones de habitantes). Creo que, en general, en España lo desconocemos casi todo sobre 'el motor de Europa' y tenemos un prejuicio absurdo sobre los alemanes: una mezcla entre los recuerdos emulsionados de nuestros emigrantes de los 70, los estereotipos del cine americano de la Guerra Mundial y las imágenes de los turistas tumbados al sol en las playas de Mallorca.
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En realidad, los alemanes son tan diversos como los españoles. No tienen nada que ver los de Berlín con los de Múnich, como ocurre aquí con Madrid y Barcelona. Tras dos veranos visitando Baviera durante varias semanas, un tiempo razonable para conocer la zona y sus costumbres, puedo afirmar que los bávaros son gente callejera y disfrutona. Nada que ver con el prototipo del alemán serio y distante que uno espera.
La meteorología del verano bávaro contribuye mucho a facilitar este carácter abierto. Los bávaros disfrutan de su buen tiempo (máximas de 30º) bañándose por las tardes en los ríos (sobre todo el Danubio, que es el eje vertebral de la región), bebiendo grandes jarras de cerveza en los populares biergarten y disfrutando de la vida al aire libre en sus extensos y numerosos parques.
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A pesar de ello, en Baviera (y en gran parte de Europa) la vida es bastante más silenciosa que en España. A nadie se le ocurre molestar a los demás poniendo música a todo volumen o dando gritos a cualquier hora. Se puede hablar en los bares, sin necesidad de elevar la voz. Y, como en Irlanda, no se ven policías por la calle. Pero, si aparecen, los infractores no salen de rositas.
Lo primero que te sorprende de Baviera es la estrecha conexión de sus habitantes con la naturaleza y su extremo cuidado del medio ambiente. Les encanta la montaña, el senderismo, usan la bicicleta a todas las edades, abundan los coches eléctricos y han desarrollado el reciclaje hasta extremos insospechados: pagan 0.25 euros por cada botella de plástico, que luego recuperan al retornarla.
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Pero, la mayor sorpresa es la extraordinaria gestión que han hecho de su siniestro pasado, teniendo en cuenta que Baviera (Múnich, Núremberg, Obersalzberg) fue el origen y la base de operaciones del Partido Nazi, el Tercer Reich e incluso el Holocausto. Es lo bueno que tiene viajar, en lugar de hacer turismo. Y de hacerlo varias veces a un mismo destino. Que recuerdas los paisajes y las gentes. Conoces otras culturas. Y puedes aprender de ellas.
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