Lealtad

Ad Líbitum ·

Este maestro de oración, fue puesto a prueba, como cada uno de nosotros, para sortear con deportividad una andadura de constantes obstáculos

Javier PEREDA PEREDA

Viernes, 19 de marzo 2021, 00:18

La celebración de la fiesta de San José nos evoca a este personaje admirado para intentar imitarle. El papa Francisco, en la carta apostólica 'Patris corde', nos anima a detenernos en su plenitud de vida, y para ello ha convocado este 'Año de san José'. ... La denominación de Pepe —P.P., 'Pater Putativus' o el que hace las veces de padre— es la forma abreviada del nombre propio masculino José; el segundo más frecuente, también usado en su acepción femenina. En este 'Día del padre' a todos ellos les gustaría asemejarse a su 'Con corazón de padre'. Cada vez es más necesario, porque en ciertas situaciones los padres se ausentan en el desempeño de sus obligaciones; en otras, al ser relegados de la educación de los hijos por la decisión acaparadora de algunas madres. En cualquier caso, se trata de un intercesor y protector de la familia, como de forma ejemplar realizó con la Sagrada Familia de Nazaret. La elección que Dios hizo de sus propios padres para encarnarse, María y José, nos ayuda a entender sus cualidades extraordinarias. Llama la atención en este hombre su humildad y, a la vez, valentía (aspectos compatibles), y especialmente la virtud de la lealtad, por el contraste con la sociedad actual que huye de los compromisos. Este 'santo del silencio', se comprometió con María en el desposorio ('qiddûshîn') o consagración matrimonial. Aunque el matrimonio propiamente dicho se celebraba un año después del desposorio, de este compromiso previo se derivaban unos efectos jurídicos y morales equiparables al matrimonio. Así lo plasma el pintor del Quattrocento italiano Rafael, siguiendo los evangelios apócrifos, en el cuadro de 'Los desposorios de la Virgen'; entre todos los pretendientes el escogido sería José, de cuya vara florecería una flor (en la parte inferior izquierda uno de los candidatos rompe su vara, al no ser elegido). Los evangelistas Mateo y Lucas nos relatan de forma precisa este episodio histórico del santo del 'encogimiento de hombros' (en señal de aceptación de la voluntad divina), «porque antes de que conviviesen se encontró con que su esposa María había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo». Continúa el Nuevo Testamento con que José, «como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto». Para algunos, el embarazo de la Virgen, antes de contraer matrimonio y sin haber 'conocido' al descendiente de la estirpe de David, se trataba de una forma generosa de liberar a la desposada de la afrenta.

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Sin embargo, como doctores tiene la Iglesia —cuyo Patrono es san José—, algunos como san Basilio, san Jerónimo o santo Tomás, coinciden en interpretar este gesto ajeno a una sospecha, más bien como la señal de la acción de Dios en María. De ahí que este competente artesano (carpintero) de Belén, se sintiera indigno y pecador; no debía convivir con una mujer que le asombraba por su admirable dignidad, sin poder comprender este misterio. San Bernardo concluye que: «Se maravilló de la novedad del milagro y de la profundidad del misterio». Este maestro de oración, fue puesto a prueba, como cada uno de nosotros, para sortear con deportividad una andadura de constantes obstáculos. Consuela comprobar cómo el mismo custodio de Jesús tuvo que superar dificultades y experimentó momentos críticos en su vida matrimonial. Las mismas adversidades que afrontaron Magallanes y Elcano, ahora que se cumple 500 años de la épica aventura de arriesgar su vida, con una circunnavegación hasta arribar en las islas Filipinas para difundir el cristianismo. Por eso, no podemos extrañarnos cuando en la singladura de nuestra vida (en el matrimonio o la vocación que cada uno haya recibido), experimentemos cómo el encrespado oleaje nos zarandea, con amenaza de naufragio. San José nos enseña a quemar las naves, rectificando las pérdidas de rumbo en el cuaderno de bitácora. Habrá que estar ojo avizor ante los cantos de sirenas, para evitar embarrancar por la impaciencia, el amor propio, el egoísmo, la enfermedad, la frivolidad, el cansancio y la falta de esperanza; a riesgo de tirar por la borda el tesoro del compromiso. El 'patrono de la buena muerte' nos anima a la fidelidad para llegar a buen puerto (con la razón iluminada por la fe, frente al sentimentalismo traicionero), cuyo merecido premio ensalza la Escritura al «varón justo y fiel» (cfr. Pv 28,20).

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