«Desconectar». Así, entre comillas. Y «desconectar» en tiempo de vacaciones. Da la impresión de que esta es la respuesta que más se repite en los medios de comunicación social y en las redes sociales cuando se pregunta a los ciudadanos por qué se van ... de vacaciones. «Mi familia y yo queremos desconectar».

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Los expertos en salud mental insisten en la necesidad (y no solo oportunidad) de «desconectar» nuestras vidas, nuestras mentes, nuestras angustias y preocupaciones durante unos días al año. Todos tenemos la sensación (más o menos acentuada) de que nuestra vida diaria está «conectada» a una máquina implacable que nos priva de libertad y nos obliga cada día a hacer lo que no nos gusta.

Pero los expertos en salud mental insisten en que se trata de «desconectar», no de «huir de la realidad». Las vacaciones no son solo un refugio temporal contra un mundo que percibimos hostil, violento, polarizado, agresivo contra la naturaleza y los seres inocentes. Un mundo en el que Gaza, Sudán y Ucrania son guerras que otros han montado por oscuros intereses y de las que muchos no quieren que les «agüen» las vacaciones en familia.

Milos Kundera hablaba en su famosa novela de «la insoportable levedad del ser», de la grandeza y miseria de la condición humana en la línea de los existencialistas franceses y alemanes. Heidegger repetía que estamos «arrojados» al mundo y abocados a morir. Durante siglos, en Europa, los rebeldes al orden establecido eran condenados de por vida a Galeras: a ser remeros encadenados a los buques de los poderosos. Orwell habla de una sociedad esclava de los poderosos en su novela '1984'. La serie de películas de 'Matrix' podría ser una versión de la era digital del proceso de vivir «conectados» e ilusoriamente «desconectados».

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Toda época de vacaciones tiene una realidad: se termina. Y hay que volver a la vida ordinaria. Pero –desde nuestro punto de vista– es necesario no sentir que uno «vuelve a conectarse» a la máquina infernal de la rutina, de los escenarios rechazables, de las miserias cotidianas que nos condenan a vivir perpetuamente esclavos. Volver de vacaciones no debería ser «reconectar». No se trata de volver a revivir la «insoportable levedad del ser», tanto desde nuestra vida personal como social.

Deberíamos tener la madurez humana suficiente para saber los métodos para «resetear» nuestra mente (inteligencia y corazón) y para poder (o al menos intentarlo) vivir nuestra vida de siempre desde otros registros existenciales. Es necesario regresar tras las vacaciones a la vida de siempre, a la familia de siempre, al barrio de siempre, al trabajo de siempre, a la ciudad de siempre, al país de siempre, pero desde otras categorías mentales positivas.

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Pero no se trata de volver a una prisión tras unos días de libertad. Volver a la vida diaria no implica que regresemos a un mundo ajeno tras haber disfrutado unos días de huir de la realidad. «Resetear» la mente y el corazón supone asumir, integrar, y resaltar los aspectos positivos de la vida humana. No se trata de volver depresivo y a regañadientes a un mundo y a un trabajo que no nos gusta.

No existe una pastilla roja y otra azul como en Matrix. No podemos elegir vivir en la «nube». Tenemos que aprender a asumir la vida, la realidad. Si podemos hacer actuar desde el fondo de nuestra mente y de nuestro corazón la capacidad revitalizadora de vivir lo mismo (familia, trabajo, política), pero de otra manera. No se trata de vivir el sueño de Alicia en el País de la Maravillas. No se trata de drogarse con evasiones y autoengaños. Sino que invitamos a esto, a lo que hemos llamado «resetear»: la reestructuración cognitiva y emocional de nuestras fibras humanas más profundas que nos permiten organizar interiormente nuestra propia vida de otra manera más auténtica.

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