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Hasta no hace mucho los profesores universitarios se quejaban de que los alumnos no estaban acostumbrados a leer, incluso aquellos que escogían carreras de las llamadas de letras. Ahora en las aulas universitarias la situación es que los alumnos tienen graves problemas de comprensión lectora. ... Hay un principio concluyente: si no se lee, no se sabe escribir. Si no se sabe escribir no se sabe pensar. ¿Cómo el sistema educativo se aboca a esto? El filósofo y matemático Edmund Husserl escribe en su Lógica formal y Lógica trascendental: «El pensamiento siempre se hace en el lenguaje y está totalmente ligado a la palabra. Pensar, de forma distinta a otras modalidades de la conciencia, es siempre lingüístico, siempre un uso del lenguaje». Así que si no nos llenamos de palabras, si no tenemos lecturas en la memoria que enriquezcan nuestro lenguaje, nuestro pensamiento va a ser muy pobre. Podemos tolerar que nos llamen malos lectores (está hoy en día tan desprestigiada la lectura que no nos abruma incluso reconocer no ser buenos lectores), pero nos enfada que nos digan que no sabemos pensar, nos hiere el orgullo. Sin embargo, una cosa condiciona la otra. Por eso la lectura es una herramienta de desarrollo fundamental. Y donde mejor se desenvuelve esta herramienta es en los libros, con esa filosofía que encierran, no en los mensajes comprimidos de las redes sociales. El encuentro con el lenguaje merece un cierto esfuerzo, una actitud, un espacio de concentración -el medio es también el mensaje-, un encuentro con el pensamiento de otros y desde donde se infiere un ejercicio reflexivo y crítico. No hace mucho, Antonio Muñoz Molina, en una conversación con Fernando Aramburu mantenida en las páginas de 'El Cultural', el escritor ubetense decía que «La pereza expresiva es un pecado muy grande». También decía que «hablar mal y escribir mal es pensar confusamente y engañar. Todo el que se expresa con confusión y oscuridad es que tiene algo que ocultar». Y ahora que ya llevamos algunos meses de intenso debate político, con elecciones de por medio, observo lo que los políticos hablan y debaten sobre la Cultura, lo que los programas de los partidos traslucen de políticas vivas y eficaces en torno a una pedagogía (en la educación, pero más allá) que fomente el pensamiento, la creatividad, el conocimiento y la actividad cultural, donde nuestra convivencia se moviera en una sociedad más ilustrada. Como dice la escritora y crítica literaria Mercedes Monmany: «Para avanzar en lo que nos une, para humanizarnos desde lo alto y no desde lo más bajo, la cultura es lo único que puede servir de bálsamo para volver a la racionalidad y el mutuo entendimiento, (...) sólo si el mundo de la política vuelve a caminar de la mano de la educación y la cultura nos podremos salvar. Antes de que sea demasiado tarde».
Hoy los políticos se alinean con el mantra de que hay que acabar con la enseñanza memorística (que por cierto, es algo que ya se asume hace tiempo en las aulas), pero poco más. Llevamos años dando vueltas desde el sistema educativo sin aterrizar con un plan ponderado, consensuado en profundidad por instituciones, partidos y actores; un plan educativo a largo plazo, humanísticamente enraizado. Como dice la escritora Nora Catelli nos hemos cegado y «dejado los criterios generales de los planes de educación en manos de una casta tecnopedagógica».
La clase política sigue considerando la cultura y la educación como algo superfluo. Con palabras de Muñoz Molina, en una reflexión sobre estos temas, hoy se considera la cultura y la educación como «adornos, oportunidades de adoctrinamiento o de mangoneo clientelar (...). Y la cultura no es un adorno de privilegiados elitistas, sino un derecho y una oportunidad de vida en plenitud, y una fuente de prosperidad a la que hay pocas que puedan compararse en un país como el nuestro. Los libros, las artes, las películas, la enseñanza del idioma, crean oportunidades de inversión sostenible y puestos de trabajo cualificados. La investigación científica rinde beneficios sociales y económicos que en nuestro país se pierden ahora mismo por el abandono público y el desinterés social». Y volviendo al principio, la lectura como surtidor de las palabras que animan nuestra conciencia es un aspecto esencial de lo que es un ser humano, esa persona que piensa el mundo. Mientras, ¿qué?
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