Pertenezco a la generación de jóvenes que pasábamos muchas tardes cantando alrededor de una guitarra; que amábamos la poesía, la música folk y la canción protesta; que poníamos letra a melodías de Bob Dylan para cantarlas en misa y que convertíamos poemas y canciones en ... himnos de lucha contra la dictadura y en afirmación de nuestras raíces; sabíamos que, de una u otra forma, todo eso constituía un compromiso político y nos sentíamos protagonistas de aquel momento histórico que fueron los últimos años del franquismo y la transición, con una mirada atenta y solidaria a lo que ocurría en otras partes del mundo.

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Muchas de aquellas canciones que nos hermanaban en un objetivo y unas tareas compartidas hablaban de un mundo en paz, sin diferencias raciales, de fraternidad, de amor y, por supuesto, de libertad; de entre todas ellas, voy a recordar solo dos de todas las que están en mi memoria y me siguen acompañando. La primera es Para la libertad, que forma parte de un disco que Joan Manuel Serrat dedicó al poeta Miguel Hernández y que grabó en mil novecientos setenta y dos. La segunda es Yo te nombro, libertad, compuesta por el cantautor italo-argentino Gian Franco Pagliaro e interpretada magistralmente por Nacha Guevara a mediados de los años setenta del siglo pasado. Cuando las cantábamos, éramos conscientes de que a Miguel Hernández lo habían dejado morir en la cárcel por ser un militante comunista defensor de la República y un poeta que levantaba su voz contra la injusticia de los niños yunteros, los aceituneros sin olivos y las mujeres envejecidas por el trabajo y la miseria.

Sabíamos también que Nacha Guevara había salido de Argentina huyendo de la dictadura militar, y que el amigo preso, la hierba pisoteada, los cuerpos torturados, la idea perseguida y los golpes recibidos formaban parte de la aterradora realidad de su país. La libertad era el horizonte siempre presente en nuestros debates, en nuestras canciones y en nuestra lucha y no tomábamos su nombre en vano sino que, por el contrario, la nombrábamos con respeto y hasta con veneración, porque invocarla da sentido a la vida, como dice Paul Éluard en el poema que surcó el cielo de París en miles de copias, cuando Francia estaba ocupada por los nazis en mil novecientos cuarenta y dos y porque muchas personas, a lo largo de la Historia -y en aquellos momentos- habían dado todo, hasta la misma vida, por la libertad, la habían defendido pensando en quienes vendrían después, con la esperanza de que retoñaran las ramas cortadas y que por todo eso, había que seguir nombrándola, escribiendo y cantando su nombre.

Pienso en todo esto, cuando ya ha pasado más de una semana de las elecciones en Madrid y una semana de la finalización del estado de alarma, pues creo que la palabra 'libertad' se ha desemantizado hasta un punto insoportable por la manipulación interesada y por la frivolidad.

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En los años setenta invocábamos la libertad contra las dictaduras -en España y en Argentina- y cincuenta años después, la invocan quienes están dispuestos a gobernar con quienes no distinguen entre el gobierno de Franco y un gobierno democrático y meten en el mismo saco la Historia de los últimos ochenta años. Una victoria, sin duda, del pensamiento neoliberal que trata de quitar a esta palabra su sentido revolucionario contra la explotación y el dominio y darle el significado de que cada cual pueda hacer lo que quiera, ocultando por supuesto que, en una sociedad desigual, donde todo se compra y se vende, no son igualmente libres quienes lo tienen todo y quienes no tienen nada. Como dice Lewis Carroll, las palabras significan lo que quiere el poder que signifiquen y luchar contra el poder es unir la libertad con la igualdad y la justicia. Para no tomar el nombre de libertad en vano.

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