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Veo con espanto imágenes en todos los informativos de televisión de las hordas de jóvenes incendiando contenedores, destruyendo el mobiliario urbano e incluso saqueando establecimientos ... comerciales en protesta por el encarcelamiento del rapero Pablo Hesel, condenado por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona y a las instituciones del Estado. En las últimas horas la Audiencia de Lérida ha ratificado además una nueva condena de dos años y medio de prisión contra él por amenazas graves contra un testigo en un juicio. Las protestas con los disturbios se han sucedido en distintas ciudades y en todos los casos han tenido la excusa de luchar por la libertad de expresión.
Para cualquier periodista este principio constitucional que se consagra en el artículo 20 es sagrado y debería serlo para todas las instituciones, porque es garante de otros derechos fundamentales en una sociedad democrática. Me cuesta trabajo aceptar que el salvaje vandalismo callejero de quienes aprovechan las libertades que le ofrece una democracia plena como la española –aunque sea mejorable como las más avanzadas del mundo–, sirva para reivindicar nada, y más cuando se olvida que el derecho de una persona acaba justamente en donde empieza el de otra. Por tanto, todo no vale y entiendo también que el fin no puede justificar los medios si estos vulneran la convivencia y rompen las reglas de juego, que están perfectamente recogidas en el ordenamiento jurídico. Es decir, se trata de respetar la ley que, por supuesto, debe ser igual para todos.
Libertad de expresión es que yo pueda escribir esto y que usted tenga la oportunidad de leerlo. Es así de sencillo. Lo que no es libertad es que alguien, como el rapero que nos ocupa, escriba y pregone en sus canciones o en las redes sociales lindezas como que hay que clavar un piolet en la cabeza de José Bono; que explote –se supone que con una bomba– el coche de Patxi López; que lo que merece el alcalde de Lérida es un navajazo en el estómago y ser colgado en una plaza, o elogiar el tiro en la nuca de un militante socialista o del PP... Estas son letras del 'artista' Hesel por el que cientos de jóvenes incendian las calles y plazas españolas para que se respete su libertad de expresión. Y dicho todo esto conviene recordar que el tal Hesel ha ingresado en prisión sobre todo por sus antecedentes penales por delitos de violencia, que son varios, y no por sus bocanadas de bilis.
Me entristice que se banalice un derecho fundamental como éste y se amparen, o no se condenen con claridad, los graves disturbios callejeros por quienes deberían defenderlo desde la limpieza mental. No es aceptable que el diputado y pirómano Pablo Echenique apoye las algaradas y que Podemos, el partido al que representa y socio de Gobierno, lejos de condenar los graves incidentes –en los que desgraciadamente una mujer ha perdido un ojo durante una carga policial–, los sitúe como un eslabón más en la 'anormalidad democrática española' que denuncian. Es muy probable que la anormalidad democrática esté en otro lugar y en otras personas y eso Pedro Sánchez debería hacérselo mirar.
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