El mejor síntoma del cansancio por los desatinos de las instancias públicas ha sido el mutismo con que se han acogido las declaraciones del presidente Sánchez: «España está dispuesta a asumir el liderazgo mundial que le corresponde». Dice semejante patochada hace unos meses, mediada la ... pandemia, y hubiesen arreciado los chistes sobre la Moncloa y los inconvenientes de vivir en un mundo paralelo sin contacto con lo que hay.
Publicidad
Será el hartazgo, pero al dislate –más que liderar queremos salir de esta, aunque sea a rastras– ha acompañado un silencio sepulcral, bien por vergüenza ajena, bien por la decisión instintiva de no llevar la contraria para no perjudicar la salud mental.
Además, se han cruzado sucesos que mediatizan nuestros afanes de liderazgo. No me refiero propiamente a la toma de posesión de Biden como presidente de Estados Unidos, sino a las reacciones españolas ante la llegada de Kamala Harris al puesto de vicepresidenta. Ha sido una lluvia de tuits y mensajes en estado de éxtasis, identificándola con el gran cambio –que también se producirá aquí, proclaman los socialistas, sin que se sepa a qué se refieren– y la ruptura del techo de cristal: general complacencia.
No hay ninguna duda de la importancia del acontecimiento, por la llegada de una mujer, afroamericana y de ascendencia asiática a la vicepresidencia norteamericana. Pero asombra esa fascinación simplona de nuestros 'progres', capaces de reducirlo todo a sus estrecheces identitarias. El colmo del papanatismo ha sido esa felicitación del PSOE que aprovecha para decir que aquí son tres las vicepresidentas y por eso saben la alegría de la novedad. Aunque poco tiene que ver la vicepresidencia del Gobierno español con la de EE UU, sugieren que lo de España es una primicia equiparable. El parabién queda entre provinciano y paternalista.
Publicidad
La comparación sobra. Entre otras razones, porque en España la novedad es que tengamos cuatro vicepresidencias, un desvarío organizativo del que conviene no alardear. Lo otro no lo es. Desde 2004 España ha tenido siempre vicepresidenta, salvo diez meses en que lo fue Rubalcaba. Se han sucedido María Teresa Fernández de la Vega, Elena Salgado, Soraya Santamaría, antes de llegar a Carmen Calvo y su posterior triplicación y/o cuadruplicación. Tampoco se recuerdan entusiasmos semejantes cuando la llegada de Thatcher o Merkel al poder.
«Enhorabuena, Kamala» termina la felicitación de nuestras vices y no son las únicas que recurren al nombre a secas, lo que quiere denotar familiaridad. Cuando a alguien se le despoja del apellido para expresar proximidad afectiva –sea por edad, paternalismo, pseudoprogresismo o solidaridad errática– siempre provoca una sensación de impostura. Como cuando a las víctimas se les llama por el nombre, sin apellido. Suena a degradación colectiva.
Publicidad
La Kamalafilia sobrevenida muestra que oscilamos entre el antiamericanismo y la fascinación por los americanos a los que perdonamos por progres. ¿Queremos que nos lideren? Más bien parece que consideramos que siguen nuestra estela. Celebrando a 'Kamala' hemos dado un paso de gigante hacia el liderazgo mundial: esa es la idea.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.