Esta primavera hará sesenta años del día que la vida le regaló la luz de sus ojos. La vio por primera vez detrás del mostrador ... de la tienda de ultramarinos, a la que él había entrado otras muchas veces, sin reparar en otra mujer que no fuese la tía de ella –esto lo supo después–, una mujer de brazos recios y voz de trueno que espantaba con autoridad policial a los moscones que empezaron a rondar a la sobrina al poco de entrar a trabajar en la tienda y correrse por el barrio la voz de que había allí una belleza como no se veía desde los tiempos de Boabdil.
Él apenas era mayor que aquellos zagales del barrio, pero ya gastaba planta de príncipe. No hacía mucho que trabajaba de aprendiz en uno de los mejores grandes almacenes de la ciudad. Iba hecho un pincel a todas horas. En menos de lo que tardó en brotarle el bigote, ya se había convertido en el mejor vendedor de la empresa. Su don de gentes desarmaba al cliente más huraño. Las mujeres quedaban embelesadas con la simpatía de aquel joven tan cumplido.
Ella también quedó cautivada con la desenvoltura del muchacho. El primer día que lo vio entrar en la tienda no le prestó demasiada atención pero, cuando él regresó al día siguiente, y al otro, dejándole en cada ocasión algún requiebro galante, no pudo apartarlo de su cabeza. La tía, que llevaba la cuenta de cada grano de arroz, no necesitó ni medio segundo para comprender que aquel joven persistente había dejado mariposas en el estómago de la sobrina. Pero él exhibía una facha tan impecable de formalidad y una lengua tan sedosa, que hasta la buena señora acabaría cediendo y dejando que los dos tórtolos se cruzaran arrullos por encima del ancho mostrador, mientras ella los vigilaba discretamente desde la trastienda.
Tampoco olvida la primera vez que bailaron juntos. No recuerda cuánto llevaban de noviazgo. Junio endulzaba la noche de Granada. La ciudad celebraba sus fiestas del Corpus. Su amigo Francisco Luis había organizado un guateque, aprovechando la ausencia paterna y la valiosa posesión de un tocadiscos Philips, importado de Alemania. Pasaron la tarde bebiendo ponche de vino blanco y gaseosa, y bailando con discos de Doménico Modugno, Renato Carosone, The Platters, Paul Anka, Los Cinco Latinos, Dúo Dinámico, Nat King Cole…
Nunca le había parecido más guapa que esa noche. No se cansaba de mirarla. Se le fueron las horas envueltos en susurros de enamorados hasta agotar los segundos que ella disponía para volver a casa.
Por una dulzura que solo conoce su corazón, recuerda la dicha de aquella velada en un bolero, 'La barca', que, a golpes de nostalgia, ha seguido escuchando hasta hoy en la voz de Lucho Gatica.
Aquel amor de juventud se hizo amor para siempre. Aquellos días en los que él contaba las horas de ir a buscarla para quererla con las manos y con los ojos, se hicieron años y, luego, una sola vida feliz y esforzada como todas, florecida de hijos y nietos, mientras el tiempo iba deshojando sus cuerpos y sus almas.
Este año pensaban hacer un viaje a Portugal. Volver a Lisboa, donde un abril lejano vivieron días felices. Volver a escuchar fados en alguna taberna del barrio de Alfama y asomarse al mirador Portas do Sol, con el azul brillante del Tajo al fondo. No va a ser posible. No permiten salir de las ciudades. Los países han cerrado sus fronteras por la pandemia. El mundo se ha vuelto un lugar peligroso, fuera del hogar. Es una época desventurada.
Pero, sobre todo, no van a poder ir porque ella ya no está con él. Ya no está con nadie. Se fue. Se la llevó para siempre, este pasado enero, el bicho malnacido. Cuando él pueda viajar, pedirá a uno de sus hijos que lo acompañe a Lisboa. No van a querer. Intentarán disuadirlo. Le dirán que es una insensatez, que está muy mayor, que es un riesgo inútil, que… Él insistirá. Quiere ir. Será como un homenaje a su memoria. Un reencuentro.
Buscará el mismo hotel donde estuvieron la otra vez. Es posible que haya cerrado, o desaparecido. No importa. La ciudad seguirá allí. Y los tranvías. Y el río. Volverlos a ver será mirarlos con los ojos de ella, también, recordar juntos, y soñar –húmedos los ojos–, que ella sigue a su lado.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.