Y en eso llegó Victorino

Me he saciado la sed de la cuarentena con una cerveza fría tirada en un grifo anquilosado, durante unos meses, por el innombrable virus. A ... punto he estado, en la euforia de Baco, de invitar de barra a barra al personal sin percatarme de que vivimos por fases y en la barra no podemos estar, aún, ni guardando las distancias. Me cuesta trabajo adaptarme a la «nueva normalidad». De tal forma que he recuperado la antigua conciencia y he consumido el barril –yo solo– en una mesa con olor a lejía apreciando el sabor y el olor de la fase 1. Bebercio excelso. La vida, después de la cerveza a granel, es otra cosa. Da la impresión de que algunos ministros están etílicamente complicados cuando dicen lo que dicen como el comunista Alberto Garzón, que ha calificado al sector turístico español de «estacional, precario y de bajo valor añadido». Estos bisoños políticos, además de incompetentes, suelen importunar con sus extemporáneas manifestaciones. Juan Molas, que es el presidente de la Mesa del Turismo, se ha enfado y le ha pedido a Pedro Sánchez que «ponga orden» y le recuerde a su ministro que España es líder en el ranking mundial de competitividad turística. Y para calentar la olla, en medio de la pandemia salta al ruedo Pablo Iglesias, a la sazón, vicepresidente del gobierno coaligado, y manifiesta que le «incomoda enormemente» que las corridas de toros sean patrimonio cultural, como si no hubiera cuestiones más preocupantes de que hablar. Y en eso llegó Victorino Martín, presidente de la Fundación del Toro de Lidia, y le dice por escrito al de Galapagar: «Son los pueblos, y exclusivamente los pueblos, quienes determinan libremente qué es cultura y qué no es cultura para ellos. Solo los regímenes totalitarios se atreven a decidir, modificar, 'mejorar' o suprimir la cultura de un pueblo». Pero Iglesias no se corta la coleta. ¿Para qué?