
Lumbres
LA CARRERA ·
Recordé la lluvia de pavesas y su lento precipitado tras el brío del fuego, el humo denso de la primera ignición y su olor indeleble impreso en mi ropaJosé ángel marín
Jaén
Lunes, 16 de enero 2023, 21:33
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LA CARRERA ·
Recordé la lluvia de pavesas y su lento precipitado tras el brío del fuego, el humo denso de la primera ignición y su olor indeleble impreso en mi ropaJosé ángel marín
Jaén
Lunes, 16 de enero 2023, 21:33
La otra tarde había en la atmósfera jaenera ese eco que solo concita el repelús de enero. Y es que en invierno las tradiciones retumban ... mejor, y entre ellas la de San Antón, patrón de los animales a quien la iconografía representa vestido de sayal y acompañado de un cerdo. Santo que traigo a colación por la noche de las hogueras, por la carrera de las antorchas y por ese cúmulo de vivencias de antaño arrebujadas en los zurcidos del alma. Recuerdos que afloran cuando estas calles se impregnan del aroma a calabaza asada y rosetas en los días de la poda del olivar, cuando nuestro árbol totémico ya ha dado su cosecha.
Suelo abrir en estas calendas el baúl de la añoranza. Esta vez mientras veo desde mi ventana muchos corredores ateridos de frío que hacen estiramientos en el duro asfalto de esta ciudad huérfana de conciencia de sí misma; los miro mientras realizan ejercicios sobre el suelo de esta tierra crédula, de este granero electoral del que si te vi no me acuerdo.
En estos días suelo ser presa de ausencias y obligo a mis mayores a que hagan semblanzas de aquellos que ya no están, y que enseguida hacen saltar lágrimas. Luego y sin saber por qué, cuando más lastimoso se pone el asunto, alguien se arranca con la tonada picantona de un melenchón supérstite al olvido, y que bien podría hoy ser pasto de 'TikTok' o de una copla de Shakira.
Estaba en estas cuando la otra tarde me vino a la cabeza la hoguera de mi barrio, La Glorieta, y todas sus connotaciones hechiceras. Recordé la lluvia de pavesas y su lento precipitado tras el brío del fuego, el humo denso de la primera ignición y su olor indeleble impreso en mi ropa. Escuché de nuevo el crepitar de la leña en la hoguera voraz. Vi retorcerse ante su poder flamígero sillas sin respaldo, mecedoras rotas y butacas sin asiento de imposibles estampados; todo un cúmulo de muebles desvencijados que mudaban incandescentes al encender en la pira. Vi de nuevo envuelto en llamas aquel muñeco con sombrero y mal hato que colocábamos en lo más alto de la viga del centro, un espantajo a medio camino entre pelele y androide que parecía pedir clemencia entre las brasas, como si fuera un hereje o un réprobo medieval pidiendo clemencia desde dentro del cadalso. Vi arder como teas muchas láminas de formica que en sus mejores tiempos habían sido encimeras en cocinas menesterosas. Y vi flamear en colores de vértigo capachos de aceituna untados de roña y pasta orujera. Vi alzarse en llamaradas una almazara entera entre aquellas esteras de esparto decrépito.
Y poco antes de prender el fuego, aquella misma mañana, me vi a escape de las pedradas generosas con que los chaveas de otro barrio nos obsequiaban cuando asomábamos por sus dominios para intentar birlar sus tirajitos, aquellas támaras y saldos de poda olivarera que si no salían al paso por las buenas se mercaban al descuido. Eran tiempos de vecindario y vino en bota. Tiempo de lumbres.
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