Pisar la luna ha sido uno de los hitos de mayor repercusión de la aventura humana, además con ese carácter de inmediatez que le confería su emisión en directo a escala planetaria, prefigurando lo que hoy es una banalidad global.
Desde Tánger, de noche aunque una hora menos que en España, aquel 20 de julio de 1969, a una semana de haber cumplido los diecisiete años, asistí al evento televisado en el Café Roxy, esquina con el emblemático cine de mismo nombre y frente al liceo Regnault, donde estudiaba y, por ese motivo, era un lugar de reunión habitual para jugar al parchís, hacer deberes, ver la tele o arreglar el mundo. El bueno de Jesús Hermida, por entonces corresponsal de TVE en Nueva York, descifrando para España los comentarios del locutor estadounidense, la borrosidad de las imágenes, la sensación de cámara lenta en los movimientos de los astronautas debido a la ingravidez... todo ello transmitido en directo desde allá arriba por una simple cámara. Luego supe que era una Hasselblad y que solo una de ellas regresó a la tierra, quedando las demás in situ para dejar espacio en la astronave a las muestras de roca lunar.
Ni que decir hay que el verbo alunizar se puso ipso facto de moda en todos los idiomas. En clase de gramática dio pie a que se nos señalara que en francés los verbos de acción se construían en la primera conjugación (verbos en 'er'), y que los de la segunda (verbos en 'ir') implicaban la entrada del sujeto o del objeto en un estado. Pero como no hay regla sin excepción y ya en 1686 se cometió la tropelía de construir el término marítimo y verbo de acción aterrizar ('aterrir') en la segunda en vez de la primera conjugación, luego se construyó amerizar ('amerrir', 1912) y por último alunizar ('alunir', 1921) del mismo modo para mantener la pauta. Pongamos que sea verdad, aunque tampoco importa tanto aquí y ahora.
Mención especial se merece la mucho más reciente acepción española, no por delictuosa menos sugestiva, del verbo alunizar como técnica de estrellar un automóvil, por supuesto robado, contra la luna de un establecimiento comercial para saquearlo, siendo llamados aluniceros -por analogía con butroneros- sus practicantes. De tan poco fiar, aunque por otros motivos, son los lunáticos o alunados, esos pelmazos con quienes conviene tener el menor trato posible para vivir tranquilo. En cuanto a quien tiene un día malo en luna llena y la paga con los demás, se dice coloquialmente de él que «hoy está con la luna», culpando a la oronda rubia -seguro que injustamente- de un presunto mal influjo.
Y ya para rizar el rizo, cómo no reconvenir a quienes andan de continuo pidiendo la luna, petición imposible de satisfacer; así como a los que siempre están en ella, soñando con quimeras, a riesgo de quedarse en la luna de Valencia, esta ciertamente más de hiel que de miel.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.