Lunática

El Foco ·

María Isabel Gutiérrez Velasco no tuvo una vida fácil. La joven de 23 años apareció calcinada en su celda de la cárcel de Basauri en noviembre de 1977

Edurne Portela

Domingo, 13 de marzo 2022, 00:12

«Lo he escrito con todo el cariño del mundo. Espero que se note», le dice Andrea Momoitio a su editor de Libros del K.O. cuando, después de años de investigación y escritura a tiempo robado, le envía el manuscrito de 'Lunática'. Y sí, ... se nota el cariño. Lo que podría haber sido un libro sórdido, oscuro, triste o desesperanzado es un libro luminoso y reivindicativo. 'Lunática' es la crónica de una vida demasiado corta, la de María Isabel Gutiérrez Velasco, la joven de 23 años que un 9 de noviembre de 1977 apareció calcinada en su celda de la cárcel de Basauri. A través de la investigación de esa vida, Andrea Momoitio nos sitúa en la época de la Transición o, mejor dicho, en los márgenes de la Transición.

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María Isabel Gutiérrez Velasco no tuvo una vida fácil. Los últimos años de su vida los pasó en San Francisco, el legendario barrio bilbaíno en el que ejerció la prostitución. Antes de asentarse allí, pasó por varias instituciones penitenciarias y psiquiátricas. La indagación sobre la vida de María Isabel no es sencilla. Momoitio busca con un empecinamiento admirable los testimonios de compañeras de prostitución y de aquellas que, tras la extraña muerte de María Isabel, salieron a la calle a protestar y se declararon en huelga. Pero esas mujeres no están, han muerto o desaparecido. Sí incluye el testimonio de Eugenia, la anciana madre de María Isabel, que si bien ayuda a contextualizar el carácter y entender que la protagonista de esta historia sufría, desde muy joven, un dolor psíquico, no da demasiadas claves sobre los últimos años de su vida y ninguna sobre su muerte.

Momoitio también recoge las conversaciones con Pedro, el hermano pequeño de María Isabel, cuya vida, como la de su hermana, transcurre en los márgenes de la sociedad. La autora se patea San Francisco buscando huellas, intentado recrear aquel ambiente que desapareció con la llegada de la heroína al barrio poco después de la muerte de María Isabel: bares cerrados, persianas echadas, ni rastro de las luces de neón que iluminaban la noche. Ante ese vacío, Momoitio recurre al archivo oficial e interpreta a la contra los documentos que desde la moral franquista y, al amparo de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, condenaron en múltiples ocasiones a María Isabel. Explica la autora: «Su nombre está escrito en cientos de documentos y asociado, siempre, a delitos insignificantes y adjetivos horribles. Depravada, se atrevió a escribir algún funcionario imbécil». Momoitio reconstruye la vida de María Isabel consciente de que le faltan las fuentes orales más importantes –las prostitutas que ejercieron con ella– por lo que se ve obligada a un ejercicio crítico constante y a rellenar los vacíos con su intuición e incluso algo de imaginación. Y esto, sin duda, enriquece el texto.

Lo que podría haber sido un libro sórdido, oscuro o triste es un libro luminoso y reivindicativo

Como toda buena crónica, 'Lunática' no se queda en la vida individual o la anécdota, sino que a través de esa vida se investigan las condiciones sociales, económicas y políticas que la marcaron. El año 1977 ha quedado en nuestra memoria colectiva como el momento de la amnistía que tanto marcaría la política durante los años de la Transición y la democracia. Pero esa ley no tuvo en cuenta que muchas mujeres estaban en las cárceles por delitos que, en realidad, eran políticos. La Ley de Peligrosidad y Rehabilitación social –aprobada en 1970 como modificación de la ley de vagos y maleantes– criminalizaba cualquier moral disidente. Como explica la autora, «aquellas personas que no cumplían con los requisitos de la moral franquista eran puestas a disposición judicial: las que cuestionaban el ideal de familia, de hombre o de mujer, quienes apostaban por una sexualidad al margen de la reproducción o quienes cuestionaban la importancia suprema del trabajo». María Isabel fue juzgada por esta ley y, si murió en la cárcel, fue porque, a pesar de que la habían detenido por robar un bote de colonia en El Corte Inglés, tenía abierto un expediente anterior e iba a ser trasladada al ala psiquiátrica de la prisión madrileña de Yeserías, donde había pasado ya unos meses en 1974.

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En 1970 y siendo menor de edad, María Isabel estuvo bajo la tutela del Patronato de Protección de la Mujer, una institución franquista que dependía del Ministerio de Justicia y que tenía como misión «la dignificación moral de la mujer, especialmente las jóvenes... con arreglo a las enseñanzas de la Educación Católica». Nada más ser puestas bajo la tutela del Patronato las menores eran sometidas a un análisis ginecológico y, dependiendo de si eran vírgenes o no, así las trataban. Ni las cuidadoras ni las llamadas «visitadoras sociales» tenían formación psicológica ni psiquiátrica, pero administraban medicamentos y tratamiento a las menores, incluyendo electroshocks, y las educaban, por supuesto, en las «labores propias de su sexo».

Durante su tiempo bajo el tutelaje del Patronato, María Isabel tuvo más de un brote psicótico y no es de extrañar, conociendo las condiciones en las que vivía. Momoitio sabe que María Isabel sufrió mucho, pero no qué dolencia mental y afectiva tenía. Nunca la evaluó un profesional y la descripción de sus brotes y de sus estallidos de violencia, de sus obsesiones y su carácter extremo, vienen en su mayoría de las narrativas judiciales y punitivas del franquismo.

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El 9 de noviembre de 1977, cuando ocurrió el incendio, María Isabel llevaba apenas cuatro días en prisión. Momoitio no ha conseguido desentrañar qué pasó realmente, pero no cree que fuera un suicidio. Posiblemente se quedó dormida fumando, aunque sus compañeras y su madre dijeron que no podía ser un accidente porque las presas no podían tener ni mecheros ni cerillas en la celda. Nada indica, sin embargo, que fuera un asesinato premeditado. Lo que sí defiende la autora es que María Isabel fue víctima de un sistema degradante y terrible que contribuyó a ahondar su sufrimiento psíquico. Así lo entendieron sus compañeras que salieron a la calle y se declararon en huelga, así lo entendieron los incipientes colectivos feministas y LGTBI que las apoyaron, y así lo entendieron los comités de apoyo a los presos de la Copel (Coordinadora de Presos en Lucha), que defendían que los delitos por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social debían ser considerados delitos políticos y entrar dentro de la ley de amnistía. Como siempre, los que escriben la historia hegemónica se olvidaron de esta historia marginal y, por supuesto, de María Isabel Gutiérrez Velasco. Tenemos que agradecer a Andrea Momoitio su empecinamiento en recuperar esta historia y en narrarla con verdad, lucidez y la empatía.

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